En La noche del Coecillo las voces de Otoniel y Maru –protagonistas de una noche turbulenta en un barrio bravo– ofrecen un discurso en el que se alternan la búsqueda de los seres queridos y la enunciación autoindagatoria. El niño relata las eventualidades de su mundo a través del registro ágil y fresco de sus sentidos. La adolescente, por su parte, intercala entre sus preocupaciones cotidianas, amorosas y oníricas, la reflexión continua acerca del apego por su barrio natal: el Coecillo. Pero la novela es también una especie de invocación del tiempo que se ha ido […] es [también] la bitácora del peregrinaje de dos seres perdidos en una realidad enmarañada; es la cavilación de un visitante que vuelve la vista atrás intentando hallar los asideros acaso rotos aquella noche; es el retorno al origen arrebatado, el cuestionamiento del progreso y el reconocimiento de una marca que se lleva para siempre.