Son las cien de la tarde, del poeta mexicano Francisco Azuela, efectivamente
tiene mucho de “Antología de los vientos”, pues en este deslumbrante libro se recogen varios de sus mejores trabajos poéticos, aunque también están incluidos trabajos inéditos. Es una “Constelación boreal” en la que, en un punto, la poesía y su forma humana se encuentran, coinciden en la denuncia del mismo dolor. La articulación de los escritos en que la conciencia subterránea no necesita ser descifrada para tratar de entender repentinas imágenes de una belleza y fuerza inusitadas deja paso al hombre que le reclama al título del libro su presencia para la vida. Hay un reencuentro, una conciencia de tiempos y destino. Porque el poeta se coloca junto al hombre es que se vuelve comprensible y, lo más importante, verdadero.
La piedad por el hombre, la denuncia de los sufrimientos, es una constatación permanente: el desgaste de la piedra por el viento, el del hombre por el tiempo. A pesar del azul, de las conchas de mar, del verde y del agua, existe un predominio soterrado de la aridez, del desamparo: hormigas, esqueletos, cóndores, montañas, fuego; una extraordinaria comparecencia de elementos que se pudren o se secan, o simplemente mueren, y siempre el viento como un elemento purificador, devolviéndolo a su origen. La palabra, la palabra luz, el verbo que hizo al hombre sobrevolará el mundo cuando éste ya no exista. Es en esta fe que se revela la auténtica motivación del escritor: lo que para otros es locura, intento vano de atrapar los signos y descifrar las identidades, empezando por la suya propia, es para Azuela la única realidad posible. La desazón, la desesperanza nacen de este intento inagotable.