Con su acostumbrado método de la confrontación de argumentos (la disputatio in utramque partem), aborda Cicerón en esta obra el tema de la mántica, desde una perspectiva filosófica. No se trata, pues, de un mero relato de ritos o prácticas adivinatorias.
En este tratado su autor, por boca de su hermano Quinto, expone en el libro primero los argumentos a favor de la adivinación, especialmente los de los estoicos. De manera que el De la adivinación constituye una fuente inapreciable para conocer con amplitud el punto dé vista estoico sobre la mántica, que tales filósofos, al menos muchos de ellos, defendían apasionadamente, pues la consideraban como consecuencia necesaria de la existencia de la divinidad.
En el libro segundo, Cicerón refuta a su hermano, argumento por argumento, y concluye afirmando que las prácticas adivinatorias, tales como la aruspicina, los augurios, la interpretación de los sueños, la astrología, etcétera, forman parte de la superstición, pero que destruir la superstición no significa destruir la verdadera religión. Esta obra de Marco Tulio, como todos sus tratados, es amena, fluida, atractiva, elegante. Hay en ella un buen número de anécdotas y citas poéticas que, además de ilustrar el tema en cuestión, hacen más ágil y agradable la lectura.
Julio Pimentel Álvarez, además de ilustrarnos sobre la fecha de composición, sobre el uso de las fuentes y el método ciceroniano, analiza en el prólogo algunos textos de otras obras filosóficas del Arpinate, que, al cotejarse con este tratado, han dado motivo a interpretaciones opuestas entre los comentaristas.
La traducción del prologuista es literal, pero no se descuida en ella la claridad. Trabajo arduo, difícil, sumamente laborioso el de combinar ambas cosas. La razón de la literalidad no es otra que el propósito deliberado de mantenerse fiel en el contenido y la forma, al texto vertido al castellano. Un abundante aparato de notas acompaña la traducción, lo cual facilita al lector una mejor comprensión de tan importante diálogo ciceroniano.