Al llegar a Jarabher, ciudad que supone lejanía y simboliza, en última instancia, el exilio, el protagonista busca explicaciones acerca de los misterios del lugar al que ha sido enviado. Ahí, la belleza lo invade todo u oculta aspectos de lo humano que, de tan sórdidos, sus habitantes soslayan.
El personaje intenta comprender esa sordidez, pero no encuentra eco. Y entonces al relato no le queda más que seguir el flujo de su pensamiento, unas veces pausado y poético, y otras, vertiginoso.
La tensión de este (casi) monólogo se teje alrededor de la incógnita constante, mientras que los acontecimientos sirven de pretexto para continuar con una reflexión ontológica en torno al desamor, el amor la distancia, la extranjería, el dolor, la soledad, la violencia y el misterio inmanente de la vida.