El ojo histórico no es un libro de poemas sueltos; es una crónica poética del siglo, el XX, especialmente cruento, perverso, terrible; del siglo de grandes utopías y de dolorosos desencantos; siglo de matanzas, persecuciones, escarnio, humillaciones y a la vez, de proyectos, revoluciones, deseos.
Mosches mete en los versos a los muertos europeos y latinoamericanos, a los torturados, a los desaparecidos, hombres y mujeres, pero no de manera desordenada: cada poema nos remite a un episodio histórico reflejado en los diarios, en las crónicas, en la voz de los testigos, frente a la frialdad del dato, la palabra se erige como un largo lamento, como una melopea, como la oración del reconocimiento. La palabra no resucitará a los muertos ni a las mujeres violadas, pero hay un ojo que observa, que saca cuenta, y ese ojo luego es el que escribe el verso, el que no olvida, porque el dolor engendra memoria.