Viaje a los Olivos es una crónica absolutamente libre de la vida que pudo haber llevado en Barcelona el primer americano que viajó con Cristóbal Colón al regreso de su primer viaje: Hunaib Puh, quien, en Europa, inmediatamente debe afrontar los desafíos de su nueva condición histórica. Mitos, dioses, naturaleza y su desnudez son percibidos como señales inequívocas de exorcismo e inferioridad. Las complicaciones no se hacen esperar; muy pronto es devorado por minúsculas y puntillosas calamidades. Su refugio será el silencio, la nostalgia y más tarde el amor. En Viaje a los Olivos, historia e imaginación se confunden para mostrar los nudos de intereses formados en torno a un ser que, indescifrable símbolo de su tierra natal, se convierte por ello en objeto de disputa. Hunaib se encuentra donde chocan los poderes coloniales: la Iglesia (el Tribunal del Santo Oficio) y el Estado. En ciernes está el surgimiento de una nueva raza y con ella una serie de visiones del mundo inéditas y desaforadas. A la par de esta disputa surge en la novela otro personaje: el lenguaje, un estallido verbal que busca contar la epopeya de Hunaib, pero también instalarse en el texto como un instrumento de creación y experimentación. Es el lenguaje lo que lleva al relato más allá de las restricciones históricas o de las convenciones sobre el funcionamiento del tiempo y el espacio, así el discurso arcaizante se disuelve en un mar de referencias múltiples, donde confluyen muchos otros discursos que se le superponen.