"Poco antes de su intempestiva muerte, a principios de los años 70, José Raúl Hellmer, el precursor de los etmonusicólogos mexicanos, dejó en manos de Antonio García de León, un joven jarocho, jaranero y estudiante de antropología y lingüística, una jarana tercera antigua que había comprado en el mercado de chacharas de La Lagunilla en México. Hellmer dejo dicho que una de dos: o el instrumento se lo quedara él [García de León] o su maestro y compañero, amigo de ambos, el trovador jarocho Arcadio Hidalgo Cruz. Al parecer, Hidalgo (una figura ya más o menos célebre en ciertos círculos etnológicos y político-musicales de la ciudad de México) no era dueño entonces de jarana alguna, por lo menos de ninguna jarana 'digna' y García de León le dio aquélla."
A partir de esta anécdota, Juan Pascoe nos adentra en ese mundo semimágico, mítico y legendario de las raíces del son jarocho y su extraordinaria gama de improvisaciones melódicas y versos que cuentan y cantan las vicisitudes de la vida en el sotavento veracruzano, logrando hechizar al lector con su estilo elocuente y detallado, contando la historia, la suya propia como persona que descubre un nuevo mundo de tierras ignotas, donde la música (sonido y palabra) se convierte en el eje de este libro que ha de leerse asimismo como una novela de aventuras, donde los héroes son hombres sencillos que buscan encontrar el ritmo preciso y la frase exacta para crear el inigualable sonido del son.
La Mona es la biografía, en parte también, de don Arcadio Hidalgo Cruz y de sus andanzas, a los ochenta y tantos años de edad, por foros diversos: teatros, bares, escuelas, estaciones de radio, de distintas ciudades del país: Los Mochis, entre otras, pegado a su jarana, llamada precisamente "La Mona", en honor a una mujer llamada así, Mona, y recorriendo junto con el Grupo Mono Blanco el país por el solo placer de la música y su hechizo implacable. Así pues, La Mona sincretiza la grandeza de la voz y de la música de un pueblo, de una cultura, la del sotavento veracruzano.