2019 / 06 mar 2019
Además de cuentos, novelas y crónicas, Laura Méndez de Cuenca (1853-1928) escribió poesía durante poco más de cincuenta años, tanto dentro como fuera de México: su producción poética inició en la década de los setenta del siglo xix y concluyó en los años veinte del siglo pasado. La autora no publicó en vida ningún poemario y, por tanto, los poemas escritos durante ese medio siglo de actividad poética han debido recogerse en distintas revistas, antologías y periódicos mexicanos. Esta tarea de rescate ha logrado reunir más de 60 poemas firmados por la poeta.
La poesía de Laura Méndez de Cuenca fue dividida en tres etapas por Ángel José Fernández. La primera (1873-1875), de búsqueda y experimentación, abarca ocho poemas escritos en su juventud; la segunda (1884-1905) comprende 44 composiciones y se considera la más importante de todas, tanto por su amplitud como por su complejidad literaria; y la tercera y última (1915-1928), de nueva búsqueda formal y temática, incluye ocho poemas.
Laura Méndez de Cuenca cultivó la poesía intimista, descriptiva, de ocasión y de contenido social mediante el uso de formas clásicas como el romance, la silva y el soneto. Asimismo, practicó la prosa poética y el verso blanco. Los temas predominantes de su obra lírica son: el dolor, el amor, la muerte, la soledad, la orfandad, la esclavitud, la melancolía. Los estudios más recientes apuntan que, a pesar de haber sido valorada en los primeros años de producción como poeta esencialmente romántica con atisbos modernistas, es posible vislumbrar en la obra de Laura Méndez, debido al tratamiento de los temas y asuntos de varios de sus poemas, un estilo más bien ecléctico.
Junto con Agustín F. Cuenca, Salvador Díaz Mirón, Manuel Acuña, Manuel Gutiérrez Nájera, Juan de Dios Peza, Rafael Delgado, entre otros, Laura Méndez de Cuenca pertenece a la denominada “Generación de transición” (1881), que comprende a los nacidos entre 1851 y 1865, aproximadamente. Estos autores se caracterizaron por inclinarse hacia los asuntos cosmopolitas, pero sin desatender los legados por el nacionalismo literario. Muchos de ellos fueron afines, asimismo, con los principios estéticos de movimientos como el Realismo, el Naturalismo y el Simbolismo, a la par que experimentaban con nuevas formas como el Costumbrismo.[1]
Los primeros años de vida literaria de Méndez de Cuenca transcurrieron bajo el periodo de la historia de México conocido como República restaurada. En 1867 cayó el imperio de Maximiliano, Benito Juárez reinstauró la república y en la ciudad de Guanajuato el médico Gabino Barreda dio a conocer su Oración cívica, que postulaba los principios positivistas de “orden y progreso”, que después marcarían en todos los sentidos al Porfiriato. Durante esta restauración, se llevaron a cabo reformas y políticas a favor de las libertades de credo y prensa, de la educación, del nacionalismo en las artes y las letras –Ignacio Manuel Altamirano como su epónimo– y de la erradicación de lo indígena.[2]
Laura Méndez de Cuenca se mantuvo al margen de las publicaciones literarias de la época como El Renacimiento y El Anáhuac, ambas fundadas en 1869. La segunda de estas revistas fue el órgano de la llamada Sociedad Netzahualcóyotl; Pablo Mora señala que, a partir de 1870, la poeta concurriría a las reuniones de dicha Sociedad, donde conocería a Manuel Acuña, con quien procrearía un hijo que moriría a los tres meses de nacido.[3] No obstante, Leticia Romero Chumacero apunta que en los documentos conservados no se menciona la participación de la poeta, por lo que es probable que el autor del “Nocturno a Rosario” y la poeta se conocieran, no en las reuniones de la Sociedad Netzahualcóyotl, sino en las reuniones literarias que ésta organizaba en su casa.[4]
Las primeras publicaciones de Laura Méndez de Cuenca aparecieron en México durante el periodo presidencial de Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876), quien continuó con los ideales juaristas en el orden de lo educativo, lo social y lo económico. En 1873, Laura Méndez de Cuenca, alumna en aquel momento del crítico teatral Enrique Olavarría y Ferrari en el Conservatorio Nacional de Música, publicó la silva “Era el mundo a mi vista…” (El Socialista, 12 de octubre de 1873), la cual es, hasta donde sabemos, su composición poética más antigua.[5] Entre 1873 y 1875, Méndez de Cuenca publicó diversos poemas en los periódicos El Socialista y El Siglo Diez y Nueve. Quizá sea conveniente señalar que por aquellos años apareció Versos (1874), poemario póstumo de Manuel Acuña que incluye los poemas “A Laura” y “Cineraria”, este último homónimo de la silva asonantada de Laura Méndez de Cuenca, publicada el mismo año.
Durante el periodo que va de 1877 a 1884, en que estuvo casada con Agustín F. Cuenca, la autora de “Cineraria” no publicó en periódicos y revistas. Mientras ello ocurría, Juan de Dios Peza, Manuel M. Flores, Guillermo Prieto y Manuel Gutiérrez Nájera dieron a las imprentas La lira mexicana (1879), Pasionarias (1882), Musa callejera (1883) y Cuentos frágiles (1883), respectivamente. En el ámbito de lo político, el periodo de silencio de Laura Méndez de Cuenca está protagonizado por la figura del militar Porfirio Díaz, que ocupó la presidencia desde 1876 hasta 1880. Los cuatro años siguientes, estaría al frente de México Manuel González.
Hacia finales de su mandato, Sebastián Lerdo de Tejada pretendió reelegirse. Los levantamientos y las sublevaciones en contra del jefe de Estado comenzaron desde enero de 1876, cuando Porfirio Díaz, Vicente Riva Palacio, Hermenegildo Sarmiento y otros militares firmaron el Plan de Tuxtepec, posteriormente reformado y nombrado Plan de Palo Blanco. Finalmente, el 24 de noviembre de 1876, Porfirio Díaz entró triunfante a la Ciudad de México. Al día siguiente destituyó de sus cargos a los funcionarios y empleados del gobierno de Tejada.
A decir de Luis González, “Al contrario de lo que sucedió en el pasado inmediato, en el presente inaugurado por Díaz contaron más los hombres de la espada que los hombres de la pluma. Porfirio antepuso los militares a los civiles”.[6] Asimismo, el Héroe del 2 de abril llevó por estandarte postulados positivistas: el orden, la pacificación y el progreso tecnológico, que se tradujo en progreso económico para unos cuantos.[7]
Luego del primer periodo presidencial de Díaz, toma el cargo Manuel González, cuyo gobierno se extiende desde 1880 hasta 1884. Durante su administración, se fundó el Banco Nacional de México, institución que se creó a partir de la fusión del Banco Mercantil Mexicano y el Banco Nacional Mexicano; se dio continuidad a los proyectos de construcción de vías de ferrocarril a lo largo de la República, como el tramo México-El Paso, Texas; comenzó la circulación de monedas acuñadas en níquel; se fundó la Biblioteca Nacional de México, con sede en el templo de San Agustín; y se restablecieron las relaciones con Inglaterra y Francia. Todo lo anterior tiene, como puede verse, el objetivo de la modernización del país, asunto al que Laura Méndez de Cuenca dedicó después varios de sus textos.[8]
El silencio poético de la autora –que se prolongó mientras estuvo casada–, se vio interrumpido el año que Porfirio Díaz ocupó por segunda ocasión la presidencia (1884-1888). El 30 de junio de 1884, falleció Agustín F. Cuenca, y la viuda tuvo que retomar su carrera como escritora y educadora para solventar sus gastos y los de sus hijos. Ese año se le nombró directora de la Escuela de Niñas número 26 de la Ciudad de México. A partir de entonces y hasta septiembre de 1926, fecha en que se le concedió la jubilación, la profesora llevó una vida activa en el magisterio: cuatro décadas de trabajo educativo en México, Estados Unidos de América y Europa. Se sabe que ocupó los cargos de directora fundadora de la Escuela Infantil, sistema Froebel (1885-1892), de visitadora de las escuelas nacionales en la Ciudad de México (1905), de profesora supernumeraria de Lengua Nacional en la Escuela Nacional Preparatoria (1915), entre otros.
A la par de su labor como docente comenzó su segunda etapa de producción lírica, considerada por Ángel José Fernández como “la más amplia e importante de su producción en verso, [que] abarca el periodo 1884-1905”.[9] Durante esta época, publicó poemas inéditos y reimprimió algunos de su primera etapa en periódicos capitalinos y foráneos: La Época, Orizaba, La Patria Ilustrada, La República Literaria, El Mundo Ilustrado, El Diario del Hogar, El Universal, etcétera. Algunos poemas suyos, como “Adiós” (1874) y “¡Oh corazón!” (1884), fueron recogidos en varias ocasiones en antologías mexicanas y latinoamericanas entre 1885 y 1900. Amén de su faceta como educadora y poeta, Méndez de Cuenca cultivó el cuento y la novela de 1889 a 1910. El 1º de abril de 1889 El Liceo Mexicano publicó uno de sus primeros cuentos, “Un rayo de luna”, el cual fue recogido, junto con otros 16, en el libro Simplezas, editado en París en 1910.
El segundo periodo presidencial de Díaz estuvo marcado por el surgimiento, hacia mediados de 1893, del grupo conocido como “Los científicos”. Éste coadyuvó al orden y progreso de la nación y al sostenimiento del Porfiriato a través de tres ejes: 1) el económico, que propició la inversión extranjera; 2) el político, que formaría una dictadura transitoria; y 3) el sociocultural, que crearía un sistema de educación pública con bases positivistas.[10] Para Laura Méndez de Cuenca, el concepto de orden, que se encuentra en sus textos sobre higiene y pedagogía, “suponía la adopción de modelos de civilización originados en las metrópolis visitadas por ella entre 1891 y 1910”.[11]
Entre 1892 y 1898, la poeta y traductora vivió en San Francisco y Berkeley. Desde allí impartía clases de español y mandaba colaboraciones en prosa y verso para El Universal, El Renacimiento (2ª época), la Revista Azul (1894-1895), El Mundo, la Flor de Lis y El Mundo Ilustrado. A pesar de haber participado en la Revista Azul, no miró con buenos ojos a los modernistas, como puede leerse en una carta que le envió a su amigo Olavarría y Ferrari, quien recientemente había sido nombrado catedrático de español y literatura en la Escuela Normal: “me llené de contento por muchas razones: [por] la ayudadita pecuniaria que a usted le vendría, y lo mejor de todo, que la futura generación literaria no sea de poetas azules que se inspiren con ajenjo, sino con gramática”.[12] Sin embargo, como apunta Pablo Mora: “a pesar de la reticencia de Laura al Modernismo, ella misma, desde un clasicismo extremo, que se toca con un parnasianismo, utiliz[ó] claramente […] elementos modernos”.[13] Tampoco comulgó con otros movimientos que se gestaban en aquel momento como el Decadentismo, del cual se mofó en un artículo publicado en El Imparcial (1907): “Donde nosotros ponemos una pulquería, Alemania establece una librería. Este dístico […] por su elegancia y sonoridad parece haber brotado del cacumen de un poeta decadentista”.[14]
En 1895, Laura Méndez de Cuenca se asoció con José L. Schleiden y después con C. Harold Howard para crear la Revista Hispano-Americana. La publicación se distribuyó exitosamente a lo largo de todo el continente americano entre 1895 y 1896. En ella aparecieron notas sobre México y Centroamérica; se dio noticia de eventos como la Exposición Nacional de México (1896); y se difundió parte de la obra de Bernardo Reyes, Luis G. Urbina y Manuel Gutiérrez Nájera. Lamentablemente, la fundadora y directora del proyecto editorial quedó en bancarrota debido a que “el socio [Harold Howard] la despoj[ó] de su parte de acciones, en un acto de clara injusticia y abuso”.[15]
La conformación de grupos liberales y antirreleccionistas comenzó a finales del siglo xix y principios del siguiente. Ante una atmósfera absolutista y de extrema desigualdad, se hicieron presentes huelgas, descontentos en el campo y las ciudades y críticas perennes en diarios capitalinos y foráneos, los cuales propiciaron el derrocamiento de don Porfirio, cuyo crepúsculo llegó finalmente el 31 de mayo de 1911. En plena efervescencia revolucionaria, apareció el libro El hogar mexicano. Nociones de economía doméstica para uso de las alumnas de instrucción primara (1914), de la autoría de Méndez de Cuenca, quien también en ese año publicó una semblanza biográfica de Justo Sierra e inició la escritura de su tercera etapa de poeta (1915-1928), la cual se desarrolló a la par del conflicto revolucionario y los años subsecuentes. En este último periodo de escritura poética, Méndez de Cuenca publicó en medios como El Pueblo, la Revista de Revistas y la Revista Nacional.
Los años de la Revolución fueron, por supuesto, de gran inestabilidad debido al conflicto de intereses entre los diversos grupos combatientes en todo el país, dirigidos, entre otros, por Francisco Villa, Emiliano Zapata y Venustiano Carranza. En medio de los combates, la autora escribe: a Carranza le dedicó un poema en el periódico El Pueblo en abril de 1916.[16]
Una vez cesados los conflictos, sobrevino un proceso de pacificación y reestructuración política. Después del breve periodo presidencial de Adolfo de la Huerta (del 1º de junio de 1920 al 30 de noviembre del mismo), inició el mandato de Álvaro Obregón (1920-1924). Durante su gobierno, se creó la Secretaría de Educación Pública (1921), con José Vasconcelos al frente; y se firmaron los Tratados de Bucareli (1923) para reestablecer las relaciones con los Estados Unidos de América. Laura Méndez de Cuenca escribió una biografía de Álvaro Obregón alrededor de 1919.
En 1926, Méndez de Cuenca culminó su larga trayectoria en el magisterio. Ocupó sus últimos años en descansar en su casa de San Pedro de los Pinos, pues seguramente aumentaron los malestares de la diabetes que padecía desde finales del siglo xix. En junio de 1928 escribió “Pasa un poeta” (elegía publicada el 24 de junio de 1928 en Revista de Revistas), su último poema conocido y compuesto para honrar a su coetáneo, Salvador Díaz Mirón, quien había fallecido aquel mes. Poco después, el 1º de noviembre de 1928, fallecería también la poeta.
Pasión, juventud y dolor: los primeros poemas
Al igual que la mayoría de los escritores del siglo xix, Laura Méndez de Cuenca se dio a conocer en los periódicos y en las revistas de la época. Su primera etapa de producción poética comenzó en 1873 y terminó en 1875. Durante estos dos años publicó, según los trabajos de rescate, ocho poemas en diversas publicaciones como El Socialista, El Siglo Diez y Nueve y en la Corona fúnebre, esta última preparada por los redactores de El Eco de Ambos Mundos en honor al fallecimiento de Clemente Cantarell.[17]
Los poemas que han sido recogidos son: “A*****” (posteriormente ¡Adiós!), “A Clemente Cantarell”, “Bañada en lágrimas”, dedicado a su hijo muerto Manuel Guillermo Acuña Méndez, “Cineraria”, “Era el mundo a mi vista”, ofrecido a su pretendiente Agapito Silva, “Esperanza”, destinado a Manuel Acuña, e “Infortunio”, dedicado a su madre Clara Lefort.
En estos ocho poemas, de corte elegíaco, romántico e intimista, la autora cultivó formas como la silva, el soneto, el sexteto, la cuarteta y la décima. A decir de Ángel José Fernández “esta etapa creativa se reduce, pues, a la temática del dolor provocado por la ausencia y la muerte; a la imposibilidad del amor”.[18] Basta con leer los títulos de algunos poemas de esta etapa para hacer una idea del contenido de los mismos.
La ausencia está presente en “Infortunio”, donde el tono principal es el dolor que manifiesta el yo lírico femenino por el abandono de su madre, a quien le reclama constantemente: “ni de tu hogar se suspendió mi cuna, / ni posaste tus labios en mi frente […] ¡Qué soledad aquella! / ¡Qué horas tan negras las de aquella vida!”.[19]
En “Cineraria”, silva de rima asonante aguda, la poeta presentó a un yo lírico sin ilusión y sin fe por seguir viviendo. En ésta, primero se compara al yo lírico, que vaga “con la esperanza muerta”, con un errante que va por el desierto, luego con una golondrina sin hogar y después con una nave “sin rumbo ni timón”:
así también en el erial del mundo,
sin fe y sin ilusión,
con la mirada siempre en el abismo,
y el alma en el dolor,
perdida entre las zarzas que a mi paso
el destino arrojó,
vago al azar con la esperanza muerta
y muerto el corazón;
[…]
es una sombra para mí la dicha,
mentira la ilusión,
fantasma del delirio la esperanza,
¡verdad sólo dolor![20]
La silva, de rasgos románticos, continúa con un tono doloroso y pesimista. El sujeto poético no halla consuelo alguno para su tristeza; la naturaleza que lo acompaña, pájaros y flores, padece de los mismos sentimientos que aumentan por los silencios aterradores y la ausencia de sus propiedades, como el néctar y el color para el caso de las flores.
Como lo señala el título, el poema está impregnado por una atmósfera gris e inerte, donde ningún tipo de vida puede existir. La claridad del cielo, la fuerza del brillo del sol y la esperanza palidecen, se desvanecen y mueren por la aflicción, la agonía y el pesimismo del yo lírico: “Nunca en el cielo oscuro del mañana / un iris veré yo, / nunca en las ruinas de mi hogar desierto / brotará alguna flor”.[21]
Al final, el sujeto poético deja de lado su talante pesimista; se postula, ahora, como un ser que cambiará su visión negativa ante la vida, convertirá su nostalgia, sufrimiento y ateísmo en sus opuestos: “haré de mis recuerdos una aurora, / de mi amargura un sol, / y en la noche sin astros de mi vida, / de cada sombra un dios”.[22]
Con el poema “Infortunio”, Laura Méndez de Cuenca cierra su primer ciclo de escritura en verso. Para Ángel José Fernández, éste se caracteriza por ser una etapa de búsqueda y de experimentación en los temas, estilos y las formas.[23] No obstante, habría que preguntarse qué se entiende por experimentación en los temas, estilos y formas, puesto que la poeta practicó en sus primeros versos formas canónicas como el soneto y la silva; asimismo, los compuso con un estilo muy similar al de otros románticos como Manuel Acuña y Agapito Silva. Su estilo ecléctico e incursión en otras formas llegó en sus años de madurez.
1884 fue un año muy significativo para Laura Méndez de Cuenca: el 30 de junio falleció su esposo Agustín F. Cuenca, fue nombrada directora de la Escuela de Niñas número 26 de la Ciudad de México y volvió a publicar poemas en los periódicos, además de cuentos, artículos e informes técnicos.
A partir de entonces y hasta 1905, dio alrededor de 44 poemas a las imprentas de La Época, Orizaba, La Patria Ilustrada, El Siglo Diez y Nueve, El Mundo Ilustrado, El Pueblo, etcétera.[24] Algunas de esas composiciones son: “A México”, “Ansia de muerte”, “Los cavadores”, “Dolor que mata”, “El esclavo”, “Fe”, “Kyrie Eleison”, “Nieblas”, “La noche triste”, “¡Oh corazón!” y “Sombras”.
Varios de los títulos de los poemas de su segunda etapa de producción recuerdan los de la primera, “donde el rigor verbal y rítmico se combinaba con un romanticismo fúnebre”; por ejemplo, “Ansia de muerte”, “Dolor que mata” y “Nieblas”.[25] Poemas como “Fe” y “Kyrie Eleison” evocan temas de asunto cristiano-católico, así como “A México” y “La noche triste” son composiciones patrióticas y de remembranza de episodios históricos. “El esclavo” es un poema de crítica social, único en su género entre los compuestos por la autora en esos años.
Entre 1902 y 1905, Méndez de Cuenca publicó en México los sonetos descriptivos “Aurora”, “Medianoche”, “Ocaso”, “Sequía”, “Siesta” y “Tempestad”, todos escritos en Saint Louis, Missouri, a partir de 1900.[26] Esta serie de sonetos, de tendencia modernista, se caracteriza “por la abundancia de los elementos adjetivados y por la síntesis de elementos metafóricos, casi de miniaturista. Este Modernismo revertirá, por su contenido temático, las tesis del arte por el arte; y en contraste mostrará el compromiso social”.[27]
Pablo Mora ha comparado sucintamente algunos sonetos de esta serie, como “Sequía” y “Tempestad”, con la poética de Salvador Díaz Mirón. El investigador apunta tres rasgos compartidos entre los dos coetáneos: el Parnasianismo, la labranza del lenguaje y la construcción de imágenes y atmósferas.[28] En el soneto “Sequía” se evidencia “la labranza lírica”, que tiene su origen en poemas anteriores como “La tempestad”:
Tenaz la mosca en el mastín se prende,
rastrea la inquieta golondrina el vuelo,
y el zopilote en espiral asciende;
y mientras en el negro y hosco cielo
su grácil curva el arcoíris prende,
en catarata se convierte el suelo.[29]
En este último se evidencia “un trabajo puntual y minucioso de artesano en cada palabra, consecuencia seguramente del impacto dejado por el libro de Lascas del mismo año [1901]”.[30] Asimismo, “sin duda el poema también recuerda el trabajo de cincel en las imágenes y la atmósfera progresiva del ‘Idilio’ de Díaz Mirón”.[31]
También Mora compara a la poeta con Manuel Gutiérrez Nájera a partir de “Cuarto menguante”, composición escrita en endecasílabos y en estrofas de cinco a seis versos, en la que fueron utilizadas “formas parnasianas en texturas y rimas que recuerdan” al autor de “La duquesa Job”:
Por fin el sueño baja a la estancia:
ruedan las flores ya sin fragancia,
sube a los ojos blando sopor,
y en lo más grato del cabeceo,
arde la sangre, quema el deseo,
y avergonzado corre el amor.[32]
Junto con “¡Adiós!”, “¡Oh corazón!” es el poema más antologado de la escritora mexicana. Se trata de una composición de corte romántico en cuartetos endecasílabos de rima consonante;[33] en ésta predomina un juego de elementos opuestos: lo mundano y lo divino, la razón y el sentimiento, la fugacidad y la eternidad:
¿Guardas lo eterno, o lo mudable y breve?
[…]
¿Al pensamiento guardas obediencia,
o dominas audaz al pensamiento?
[…]
Amas al mundo y sueñas con el cielo,
tremenda lucha en que tu ser exhalas
[…]
¡Qué vida tan inquieta la del mundo!
¡Qué promesa tan dulce la del cielo![34]
Entre las figuras retóricas empleadas, están la sinécdoque, el símil, el hipérbaton, el oxímoron y la paradoja.[35] Como ejemplo de esta última, léanse la primera, la treceava y la catorceava estrofas:
¡Oh, corazón! ¿Qué vales ni qué puedes
de este vivir en el artero abismo,
si presa tú de las mundanas redes
eres siervo y señor a un tiempo mismo?
[…]
Si eres fango no más, ¿por qué se espera?
Si eres obra de Dios, ¿por qué se duda?
[…]
Vives, para ser barro, demasiado,
y para ser verdad, vives muy poco.[36]
Para el símil, tómese como referencia el siguiente par de versos, en que el yo lírico describe al corazón y lo compara con un ave, que a pesar de habitar un nido, lo material, está destinada a volar:
Amas el mundo y sueñas con el cielo,
tremenda lucha en que tu ser exhalas;
así el ave nacida para el vuelo
calienta el nido en que plegó las alas.[37]
Allende de la gran cantidad de preguntas con que el yo lírico cuestiona continuamente al corazón, aparecen alusiones bíblicas y literarias que fungen como hipotextos, en los que el corazón adquiere distintos estados emocionales:
Invisible poder, tu curso enfrena;
múltiple forma a tu capricho mudas:
tétrico en Hamlet, triste en Magdalena,
sublime en Jesucristo, real en Judas.[38]
Compuesto por cuarenta y nueve cuartetos endecasílabos con rima consonante, “El esclavo. Canto único” es otro de los poemas más representativos –y uno de los más extensos– de esta segunda etapa; cuenta la historia de un esclavo negro que decide suicidarse tras haber sido rechazado por la mujer que amaba. Fue escrito en Saint Louis, Missouri, en septiembre de 1900 y se publicó en la misma fecha en El Mundo Ilustrado.
El poema comienza in media res con una voz narrativa y descriptiva:
Dio un profundo suspiro, delirante
examinó el revólver homicida
y con puño nervioso y vacilante
escribió a una mujer su despedida:[39]
Permeado por un ambiente romántico en el que se alude al destino, a la condición humana y al suicidio, el esclavo de “faz huraña en ébano esculpida” comienza por cuestionarse acerca de su identidad tras tomar la decisión de suicidarse:
¿Soy un cobarde, un criminal, un loco?
Dejo a la ciencia el discernirlo, y cedo
al impulso fatal que, poco a poco,
ha creado en mi alma de vivir el miedo.
Inmediatamente, hace una retrospección de su niñez cuando comenzó a trabajar en los cultivos de algodón:
Del látigo del cómitre el chasquido
me mostró los deberes de la infancia:
[…]
Del algodón los copos escardados,
que en mis manos blanqueaban como lirios,
oyeron mis suspiros apagados,
y la ruda canción de mis delirios.[40]
Así como de las ocasiones en que asistía a misa con la “carne lacerada”:
¡Qué a menudo un ministro presuntuoso
nos narraba, en el rústico santuario,
engarzado en lenguaje conceptuoso,
el imponente drama del Calvario![41]
El escardador de algodón continúa con el tono romántico y se pregunta ad nauseam, por medio de un nosotros que apela a la colectividad, y ya no sólo a un sujeto individual, el porqué del destino que le tocó vivir:
¿Purgábamos un crimen ignorado?
¡Quién lo sabe! A la sórdida avaricia
de un amo cruel nos arrojaba el hado:
¿era destino ciego?, ¿era justicia…?[42]
Luego de que liberaron al esclavo y a su familia, comienza la historia entre él y Leonor, una mujer casada y con hijos de quien se enamora el escardador de algodón. Al verla en su casa, éste decide entrar sin aviso alguno, motivado por el ímpetu de conocerla:
En un rapto de loco o de menguado
a que insensato vértigo me indujo,
asalté tu mansión como un malvado,
¡yo que tímido fui como un cartujo![43]
Mas ella se desmaya al ver a un hombre extraño dentro de su hogar. El esclavo decide no volver a buscarla y concluye con exclamando: “¡separa nuestras almas en la vida / de dos razas, el odio inextinguible!”.[44]
La resolución de terminar con sus días llega luego de una “revelación” del esclavo, en la que éste discute con la “angélica figura” que lo visita y lo exhorta a no cometer el suicidio:
Enfrena la pasión que te devora,
dueño sé de ti mismo, y a tu alma
vendrá la paz que tu desdicha implora,
¡sólo en el pecho limpio entra la calma![45]
El poema concluye con la misma voz narrativa del inicio, la cual sin haber emitido juicios morales, anuncia el fin funesto del suicida, cuya alma halló tranquilidad y descanso en la “floresta solitaria” que recuerda la selva oscura de la Divina comedia de Dante:
Descargó el proyectil en el remanso
rasgó la carta y arrojóla al viento;
inmóvil cual esfinge, halló descanso
[…]
y con paso, ni presto ni tardío,
se internó en la floresta solitaria.[46]
A lo largo de los ciento noventa y seis versos de “El esclavo”, aparecen figuras retóricas como el símil y el hipérbaton. También se insertan referencias históricas, geográficas y bíblicas como la esclavitud en Saint Luis, Missouri, las “praderas de Luisiana” y el Canaán. Entre los hipotextos que se incluyen se cuentan las comparaciones del esposo beodo de Leonor como Sileno “del jarrón etrusco” y de la propia Leonor como “Ofelia deshojando rosas”. Cabe mencionar que el estilo del poema está dictado por el uso constante de adjetivos que califican por un lado la atmósfera romántica y, por otro, la condición del suicida.
En la tercera y última etapa poética de Laura Méndez de Cuenca (1915-1928) se encuentran poemas de ocasión, elegíacos y descriptivos. Entre los primeros están la silva “Al pasar el regimiento” y el poema “Bienvenida”, dedicado a “Venustiano Carranza en su llegada a la Ciudad de México”;[47] de los segundos: “Ya sabes el enigma”, ofrecido a Amado Nervo, quien falleció en 1919, y “Pasa un poeta”, “en el ocaso de Salvador Díaz Mirón”, muerto en 1928, al igual que la poeta; finalmente, la silva “A Jalapa” está incluida entre los poemas descriptivos.
Sobre los últimos versos de la pluma de Méndez de Cuenca, Pablo Mora señala que “retoman una forma más abierta, menos sometida a las formas estróficas tradicionales, el cambio que ya advertía en los poemas de tema social”.[48] En este mismo sentido, Ángel José Fernández asienta que: “la etapa final se distingue de las dos anteriores por romper, con plena conciencia, con los principios dictados por el canon de la preceptiva castellana; pero nunca con la construcción unitaria del verso como unidad melódica y contenido semántico”.[49]
La elegía “Pasa un poeta” es el último poema que escribió la autora de “¡Oh corazón!”. Fue compuesta en honor a la muerte de su amigo y coetáneo Salvador Díaz Mirón que falleció cuatro meses antes que ella. Formalmente, el poema está escrito en estrofas dodecasílabas de rima consonante (ABAB), a excepción del verso suelto: “¡Un poeta pasa!”.
Esta composición, que describe al poeta en su lecho de muerte, conjuga la comparación y el hipérbaton, dos de las figuras retóricas preferidas por la autora a lo largo de cincuenta años de escritura. Como ejemplo de la primera, la imagen de los pájaros en su nido funge como parangón del cuerpo inerte del poeta:
Sobre la flexible seda abullonada
de la caja negra, tus miembros tundidos
por el ansia agónica recia y dilatada,
descansan cual pájaros en su árbol dormidos.[50]
La figura del ave será constante en toda la elegía; algunas veces se emplea para comparar negativamente a los editores con “la voraz parvada / ávida recoge los cantos perdidos”, otras para transformar al poeta en un pájaro: “Ya no hay esplendores en tu vida alada, […] Alumbra tu vuelo la noche estrellada / a espacios remotos jamás conocidos”.[51]
En “Pasa un poeta”, Laura Méndez de Cuenca cinceló los versos con un gran número de adjetivos. En varias ocasiones, esta adjetivación excesiva fue una de las marcas estilísticas de muchos de sus poemas anteriores. Véanse, como ejemplos ilustrativos, los sustantivos carroza, restos, hoy y tierra de la siguiente cuarteta:
La más elegante carroza traslada
hasta un cementerio tus restos podridos;
y hasta el hoyo oscuro de tierra mojada,
no te dejan rezos, lloros y gemidos.[52]
El final de la producción en verso de Méndez de Cuenca sintetiza no sólo la propia voz lírica de la poeta, sino también, particularmente su interés por la búsqueda de formas y temas. Si bien en sus primeros poemas está latente el Romanticismo que dio cabida a un yo poético en constante duelo y dolor, sus postreras composiciones dieron voz a un yo lírico que atendió más a la colectividad y a razones extraliterarias como los poemas escritos a razón de la situación bélica que el país atravesaba durante la Revolución mexicana.
Luego de que Laura Méndez de Cuenca se diera a conocer como poeta en los periódicos capitalinos El Socialista y El Siglo Diez y Nueve entre 1873 y 1875, aparecieron los primeros comentarios sobre sus versos. Enrique de Olavarría y Ferrari apuntó:
es una muy estimable poetisa que en 1874 comenzó a publicar sus bellas composiciones escudada modestamente con el anónimo. El efecto que causaron, y más que todo las dificultades que el genio tiene para permanecer oculto, la descubrieron más tarde, y desde entonces figura como una de las glorias de su sexo en su patria, envidiable corona que entreteje a las que ya le habían acordado sus virtudes y su ilustración.[53]
Con el mismo tenor y en el mismo año, el escritor Juan de Dios Peza la calificó de “instruida, elocuente y con una inteligencia nada vulgar […]. Sus poesías son filosóficas y de escuela netamente moderna. […] Es si no la mejor, una de las mejores poetisas de México”.[54] Sin embargo, a pesar de este elogio, no la incluyó al año siguiente en La lira mexicana (1879).[55]
Para 1885, año en que recibió el título de profesora de instrucción primaria por el Ayuntamiento Constitucional, fue antologada en los números 5 y 8 de El Parnaso mexicano con tres poemas: “¡Adiós!”, “¡Oh corazón!” y “Magdalena”, los cuales habían aparecido por primera vez en las páginas de El Siglo Diez y Nueve y La Prensa.[56] Tiempo después, los versos de “¡Adiós!” y “Magdalena” fueron compilados, junto con los de “Nieblas” e “Invierno” en la antología Poetisas mexicanas. Siglos xvi, xvii, xviii, y xix (1893), prologada y seleccionada por el periodista José María Vigil, a petición de la junta de señoras correspondiente a la Exposición de Chicago.[57]
Amén de este encargo, Vigil preparó en 1894 la Antología de poetas mexicanos, que publicó la Academia Mexicana, correspondiente de la Española. En ella únicamente editó el poema “Nieblas”, el cual ya había sido impreso en La Juventud Literaria en 1887.[58]
A la par de que su obra poética fue criticada positivamente por sus contemporáneos mexicanos, en Sudamérica se elogiaron varias de sus composiciones en verso. La escritora peruana Clorinda Matto de Turner dijo al respecto: “es una poetisa de un vigor sorprendente. Sus estrofas parecen hechas con el escalpelo anatómico que tritura la carne mórbida de igual manera que los nervios crispados o en tensión”.[59] De igual modo, su compatriota, el poeta Carlos G. Amézaga, aplaudió la lira de Méndez: “ha escrito versos muy singulares y que la apartan del bando femenino por el vigor extraordinario de la frase y la valentía del pensamiento”.[60] Y más adelante añadió sobre el poema ya mencionado “¡Oh corazón!”:
¿Cuál es el poeta que ha hecho del corazón una pintura más valiente y extraordinaria? ¿Existe en alguna colección de versos americanos, composición de este género que, no digo eclipse a la anterior, sino que la iguale siquiera? ¡Oh corazón! es producto de una literatura muy avanzada”.[61]
Mientras que en México, a finales del siglo xix, Manuel Caballero incluyó el poema “Tristezas” en las páginas de su Segundo Almanaque de Arte y Letras (1895) al lado de jóvenes poetas como Adalberto A. Esteva, Enrique Fernández Granados, Ignacio Luchichí, José María Bustillos, Luis G. Urbina, Salvador Díaz Mirón, entre otros,[62] en España salió a la luz la Antología americana (Barcelona, 1897) que compiló “¡Oh corazón!”, “Mesalina” y “Magdalena”, junto con una gran nómina de autores latinoamericanos como Andrés A. Mata, Calixto Pompa, Constantino Carrasco, Gertrudis Tenorio Zavala, Ismael Enrique Arciniega, José Antonio Soffia Argomedo, Julia Pérez Montes de Oca, Nicolás Augusto González, etcétera.[63]
A principios del siglo pasado, Adalberto A. Esteva publicó su libro México poético: colección de poesías escogidas de autores mexicanos (1900); en él se limitó a decir acerca de Laura Méndez: “Ella y Sor Juana Inés de la Cruz son las mejores poetisas del país”.[64] A pesar de que la autora de los versos de “Bañada en lágrimas” y “Kyrie Eleison” fue celebrada por sus contemporáneos, durante los primeros años del siglo xx, los últimos de su vida, pocos fueron los interesados en leer y comentar su poesía para incluirla en antologías. Entre 1903 y 1923, la figura de la poeta y algunas de sus composiciones aparecieron en cuatro libros, según consigna Leticia Romero Chumacero:
Emilia Serrano tomó en cuenta a Méndez en su libro El mundo literario americano (1903), impreso en Barcelona por la casa Maucci; […] en Nueva York Alfredo Elías compiló un poema en Lecturas hispánicas modernas (1912). En su momento, también Enrique Fernández Granados la admitió en su Parnaso de México (1919) y Manuel Puga y Acal la ponderó y situó entre los “poetas excelentes” en su antología Lirismos de antaño (1923).[65]
Fue a partir de la década de los cincuenta del siglo pasado que por primera vez se compiló su obra en verso para celebrar el centenario de su natalicio. El trabajo llevó por título Mariposas fugitivas (1953) y fue realizado por Gonzalo Pérez Gómez e Ignacio Medina Ramos.
Posteriormente, en 1977, salió de las prensas del Gobierno del Estado de México una antología más extensa titulada Poesía rediviva, la cual Gonzalo Pérez Gómez compiló y acompañó de una ficha biográfica de la poeta mexiquense. Raúl Cáceres Carenzo preparó en la década de los ochenta del siglo pasado la antología La pasión a solas (1984). Allí señaló que la poesía de Laura Méndez “revela los defectos y las virtudes de esa ‘exaltación del sentimiento personal’ que marca a los románticos: desmesura y desorden formal, la expresión poética confiada casi exclusivamente a la inspiración y a los sentidos, ausencia de autocrítica, frondosidad o exuberancia verbal”.[66]
Más cercano a nuestro tiempo, el investigador Pablo Mora presentó la antología Impresiones de una mujer a solas (2006), la cual proporciona una muestra general de las obras en prosa y verso de la autora: poemas, cartas, artículos periodísticos, cuentos, semblanzas y crónicas. En ella, el investigador apuntó:
A la luz de la tradición poética mexicana, la obra de Laura, en efecto, normalmente se ha colocado dentro de la generación romántica de escritores mexicanos […] Esta clasificación, pensamos, está equivocada porque, evidentemente y como veremos, su escritura trasciende dicha época e inclusive se separa de poetas de su generación que también viajaron y vivieron hasta 1910. […] La obra de Laura la podemos identificar, en todo caso, con la de escritores como Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, Luis G. Urbina, Juan José Tablada [sic], en la medida en que, más allá de si son o no modernistas, románticos o vanguardistas, supieron incorporar elementos modernos y críticos de la poesía.[67]
Un lustro después, también Mora y Roberto Sánchez prepararon el volumen de las “obras líricas completas” de Méndez de Cuenca para el proyecto editorial Laura Méndez de Cuenca. Su herencia cultural, coordinado por Mílada Bazant.[68] En dicho volumen se incluyeron de manera cronológica los poemas rescatados de antologías y fuentes hemerográficas. Asimismo, se recopilaron las traducciones de la poeta y se asentaron en nota a pie las variantes de algunos poemas que fueron publicados a lo largo de cincuenta años.
En 2013 el investigador Ángel José Fernández de la Universidad Veracruzana publicó su artículo “Ensayo de una poética para Laura Méndez de Cuenca”; en él, tras haber revisado las diferentes etapas poéticas de la autora, concluyó que:
La poesía de Laura Méndez de Cuenca es, por su factura, clásica; por su búsqueda y visión, ecléctica, y por sus contenidos, romántica, aunque incursionó en la factura modernista. Compuso con apego a las reglas de la preceptiva; pero también se atrevió a romper y a proponer nuevas formas, siempre sobre la base y el desarrollo natural del canon. Escribió en forma osada poemas modernistas de compromiso y crítica social.[69]
Cabe mencionar que el mismo especialista prepara una edición crítica de la poesía de Méndez de Cuenca en la que incluye nuevos materiales bibliohemerográficos, como la silva “Era el mundo a mi vista” y el soneto “A Clemente Casterell”. Además, comenta y analiza cada una de las composiciones en verso y presenta las últimas versiones de éstas publicadas en revistas, periódicos y antologías de la época.
En esta segunda década del siglo xxi los trabajos de rescate tanto de la producción en prosa, como de la poética de Laura Méndez de Cuenca han arrojado nuevas luces sobre la manera en que la escritora incursionó formal y estilísticamente en los movimientos literarios de su época. Por ejemplo, han intentado sacar del cajón del Romanticismo mexicano la mayor parte de los versos de Laura Méndez de Cuenca, para depositarlos en el odre del Eclecticismo. Asimismo, los trabajos de rescate han evidenciado que en la tercera y última etapa de producción poética, se lee a una autora comprometida con los sucesos de la época como la esclavitud en los Estados Unidos de América, donde compuso el poema extenso “El esclavo. Canto único”, en el que le dio voz a sujetos subalternos o marginados.
Amézaga, Carlos G., Poetas mexicanos, Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni e Hijos, 1896.
Antología americana. Colección de composiciones escogidas de los más renombrados poetas americanos, ilustrs. de N. Vázquez, pról. de Montaner y Simón, Barcelona, Montaner y Simón Editores, 1897.
Antología de poetas mexicanos publicada por la Academia Mexicana correspondiente de la Española, 2ª ed., con una reseña histórica de la poesía mexicana de José María Vigil, México, D. F., Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1894.
Dios Peza, Juan de, Poetas y escritores modernos mexicanos, ed., pról. y notas de Andrés Henestrosa, México, D. F., Secretaría de Educación Pública, 1965.
Esteva, Adalberto A., México poético: colección de poesías escogidas de autores mexicanos, México, D. F., Imprenta del Timbre, 1900.
Fernández, Ángel José, “Ensayo de una poética para Laura Méndez de Cuenca”, Literatura Mexicana, núm. 1, vol. 24, 2013, pp. 45-63.
González, Luis, “El liberalismo triunfante”, en Historia general de México, México, D. F., El Colegio de México/ Centro de Estudios Históricos, 2000, pp. 635-705.
Marchese, Angelo y Joaquín Forradellas, Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria, 7ª ed., Barcelona, Ariel (Letras e Ideas), 2000.
Matto de Turner, Clorinda, Boreales, miniaturas y porcelanas, Buenos Aires, Imprenta de Juan A. Alsina, 1902.
Méndez de Cuenca, Laura, La pasión a solas. Antología, selec., pról. y notas de Raúl Cáceres Carenzo, pres. de Francisco Valero Becerra, México, D. F., Instituto Mexiquense de Cultura (Biblioteca Enciclopédica del Estado de México. Nueva época. Serie mayor), 1984.
----, Laura Méndez de Cuenca: su herencia cultural, II. Poesía, cuentos y miscelánea, introd. y coord. de Mílada Bazant, comp. de Roberto Sánchez Sánchez, México, D. F., Siglo xxi Editores/ Servicios Educativos Integrados al Estado de México/ El Colegio Mexiquense, 2011.
Mora, Pablo, “Estudio preliminar”, en Laura Méndez de Cuenca, Impresiones de una mujer a solas. Una antología general, selec., y est. prel. de Pablo Mora, México, D. F., Fondo de Cultura Económica/ Fundación para las Letras Mexicanas/ Universidad Nacional Autónoma de México, 2006, pp. 15-68.
----, “Laura Méndez de Cuenca: una narradora moderna”, en Rafael Olea Franco (ed.), Doscientos años de narrativa mexicana. Siglo xix, México, D. F., El Colegio de México/ Centros de Estudios Lingüísticos y Literarios, 2010, pp. 301-317.
----, “Estudio introductorio”, en Laura Méndez de Cuenca, Laura Méndez de Cuenca: su herencia cultural, ii. Poesía, cuentos y miscelánea, introd. y coord. de Mílada Bazant, comp. de Roberto Sánchez Sánchez, México, D. F., Siglo xxi Editores/ Servicios Educativos Integrados al Estado de México/ El Colegio Mexiquense, 2011, pp. 3-28.
El Parnaso mexicano. Esther Tapia de Castellanos, su retrato y biografía con el juicio crítico de sus obras y poesías escogidas de varios autores coleccionadas bajo la dirección del señor general don Vicente Riva Palacio, contando además con la bondadosa colaboración de los señores Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Manuel Peredo, José María Vigil, José M. Bandera, Juan de Dios Peza, Francisco Sosa, Joaquín Trejo, Hilarión Frías y Soto y otros de nuestros más eminentes literatos de esta capital y de los estados, México, D. F., Librería la Ilustración, 1885.
Poesías líricas mejicanas de Isabel Prieto, Rosas, Sierra, Altamirano, Flores, Riva Palacio, Prieto y otros autores, coleccionadas y anotadas por Enrique de Olavarría y Ferrari, t. xlv, Madrid, Dirección y Administración, 1878.
Poetisas mexicanas. Siglos xvi, xvii, xviii, xix. Antología formada por encargo de la junta de señoras correspondiente a la Exposición de Chicago, pról. y selec. de José María Vigil, México, D. F., Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1893.
Romero Chumacero, Leticia, “Laura Méndez de Cuenca: el canon de la vida literaria decimonónica mexicana”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, vol. xxix, invierno 2008, pp. 107-141.
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Segundo Almanaque de Artes y Letras publicado por Manuel Caballero, con la bondadosa colaboración de distinguidos literatos mexicanos, México, D. F., Imprenta y Litográfica de la Oficina Impresora de Estampillas, 1895.
Serrano Álvarez, Pablo, Porfirio Díaz y el Porfiriato. Cronología (1830-1915), México, D. F., Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2012, (consultado el 7 de septiembre de 2015).
Tola de Habich, Fernando, “Propuesta para una periodización generacional de la literatura mexicana del siglo xix”, en La República de las Letras: asomos a la cultura escrita del México decimonónico, I, ed. y est. introd. de Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México (Al Siglo xix. Ida y Regreso)/ Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades, 2005, pp. 203-220.
Curso de protagonistas del siglo xix. Laura Méndez de Cuenca, [video], publicado el 4 de noviembre de 2013, duración: 59, 13, (consultado el 7 de septiembre de 2015).
Homenaje [a] Laura Méndez de Cuenca, [video], duración: 2, 34, (consultado el 7 de septiembre de 2015).
Secretaría de Cultura, “Laura Méndez de Cuenca, la escritora de la pasión y la erudición”, (consultado el 7 de septiembre de 2015).
Laura Méndez de Cuenca: mujer feminista y liberal, de vocación artística, poeta. Profesora, congresista, pedagoga, periodista, narradora, editora y empresaria. Madre de seis hijos muertos en la aurora de sus días, de un hijo que la tifo le arrebató en la plenitud de su vida y de una hija que le sobrevivió en el filo rasante de la locura. Escribió poesía, cuento, novela, ensayo y crónicas de viaje con el mismo garbo y agudeza con las que redactó informes impecables, oficios recalcitrantes, comunicaciones ácidas y cartas deslumbrantes, desgarradoras. ¿Habrá otra mexicana que tenga un perfil tan fascinante y versátil?
Sólo puede comprenderse a profundidad la grandeza humana y profesional de Laura Méndez de Cuenca al sumergirse en ese amplio abanico de escrituras que cumplieron el destino creativo de su extraordinaria y variada pluma. Y si agregamos a esas distintivas cualidades de excepción su condición de mujer emancipada, atravesando con paso firme –una lucha personal sin cuartel– el infranqueable dominio patriarcal de la segunda mitad del siglo xix en México, habrá que considerarla como un ilustre personaje de nuestra historia y literatura modernas equivalente a Sor Juana Inés de la Cruz.
Por primera vez se ofrece al lector, en tres tomos, la obra completa de esta ejemplar escritora mexicana: Laura Méndez de Cuenca (1856-1928).