Madera sola es un poemario intimista, lírico. Un libro trabajados desde la intuición, que parte de la vida de ocho mujeres. Los ocho apartados correspondientes que forman el poemario abordan a estos personajes en primera persona. No es sólo el libro lo que une a estas mujeres, también las une la literatura como actividad y como profesión. Y el desamparo. Cada sección, siendo casi un solo poema, comparte características en cuanto a estructura y conformación. Todos los poemas están, en conjunto, escritos en el mismo tono. Su lenguaje, que mezcla sus silencios, reiteraciones y variaciones entrecortadas, quiere dotar de nuevos sentidos a su propia percepción. Como si se diera forma a las sensaciones y también a los sentidos de las palabras, como si las emociones y las cosas (comprendidas en éstas las experiencias humanas) tuviesen memorias separadas que necesitaran unirse para crea un nuevo lenguaje. La autora asume tocar nuevos territorios, aunque apenas entrevistos: “Dejo mi astilla triste donde nadie toca. Donde yo no abro.” La sensibilidad en crisis, o en dolor, distingue, pues, la fuente de la memoria de las cosas y la de las palabras como en lucha constante: “Este vaivén es el transcurso hacia el futuro, la edificación de su propio lenguaje, un viaje inmóvil que asoma a su propio espejo: “Voy subida en el carruaje azul. Busco algo que alcanzo a ver allá en la nocturna bruma. Encojo la vista. Encajo la pregunta como daga en el sendero.” Como en todo viaje, la andanza produce sus propias huellas. Madera sola es una apuesta a la emoción, tanto de quien lo escribe como de quien lo lee.