Como en un cuento macabro, en el que no se puede decir todo, se desliza una historia a la sombra de un reino siniestro donde pululan varios tipos de oficios que al Rey, el hombre fuerte del lugar, se le ha antojado tener como parte de su corte. Él es un hombre capaz de convertir lo sucio en esplendor, eso y el miedo que inspira son su arrastre hasta el fin. Lobo, músico y cancionero de cantina, se agrega a esa corte improvisada de matones y de timoratos serviles con el sobrenombre de Artista. Cancionero y ocurrente, ocupado entre la épica testimonial de su Señor y los amores fáciles que le salen al paso, el agazapado Lobo, a veces rastrero y a veces celoso de su modesto orgullo, entrelaza su fugaz ascenso y caída a la desintegración de un círculo dominado por hombres que llevan la ambición y la dureza de quien sobrevive fuerte, opulento, generoso, aunque al final pague con la vida. En este medio donde impera la sinrazón, descrito con las palabras que convienen a esos pasillos y habitaciones desoladas, en una lengua colectiva pero como extinta desde algún remoto pasado, establecida en una concisión que no desdeña lo coloquial ni lo poético, se cuecen las más finas venganzas, se viven como pan del día la desolación y la incertidumbre. Finalmente, Lobo cae de la falsa y momentánea opulencia al arroyo de la pobreza siempre conocida. Detrás, están las pasiones surgidas de un pesimismo impotente ante un mundo nuevo y a la vez viejo que lo desorienta.
Esta novela fue ganadora del Premio Nacional de Novela Joven Frontera de Palabras/Border of Words 2003 (convocado por el Conaculta, a través de Tierra Adentro, y el Centro Cultural Tijuana) por decisión del jurado compuesto por Ana Clavel, Julio César Ibarra y Saúl Ibargoyen.
Yuri Herrera destaca con su primer libro, Trabajos del reino, en el que, a través de la mirada de un compositor de corridos, despliega ante el lector un panorama de la ‘vida palaciega’ de un cártel del narcotráfico. Lobo, protagonista y narrador de la novela, es un ser marginado desde su nacimiento. No posee educación, pero le sobra el talento para convertir en cantos épicos los sucesos notables, por eso es el Artista. Una tarde se topa con el hombre que habrá de transformar su vida... Así, reconstruyendo el mundo interior del cártel con un lenguaje popular no exento de lirismo, muestra de su excelente oído, y con un tono que algunas veces adquiere registros de fábula infantil y otras de tragedia del Renacimiento, las palabras del Artista nos internan en un castillo donde parece reinar la felicidad, pero cunden las intrigas soterradas.
Eduardo Antonio Parra, Letras Libres