El teatro es el último género al que ingresó la obra de Salvador Novo, también el que se ha mantenido ya en primer término de su producción. Desde Don Quijote hasta este volumen de Ficción son numerosos los títulos que podemos mencionar: Astucia, La culta dama, A ocho columnas, La guerra de las gordas, Yocasta o casi, Ha vuelto Ulises... Y sus deliciosos Diálogos.
Los cuatro dramas aquí presentes son florilegio de sus más altas facultades. Dentro de la línea que más ha practicado está El sofá, pieza realista de excelente factura; tierna, con agudos toques de carácter y de ambiente, logra una magnitud de enforque capaz de iluminar profundamente un sector amplio de nuestra experiencia capitalina. Poética además, con esa auténtica poesía dramática que brota de las acciones mismas y del juego de caracteres.
El espejo encantado es un descubrimiento completo, una de las contribuciones más personales e inventivas de Salvador Novo al teatro nacional. Aquí su don de poeta y su ilimitada capacidad de formulación logran los más imprevisibles y abundantes efectos cómicos en virtud a recursos del más variado ridículo verbal. El ritmo escénico es admirable y furioso, digno de García Gutiérrez o de Zorrilla, por lo que más intempestivas y briosas resultan las arias, sí, arias, pues estamos ente una ópera sin música, un libreto con tema preshispánico que es una irresistible invitación al talento creador del director y los actores. (Y de los músicos, ¿por qué no?)
En un filo fronterizo donde lo propiamente dramático coquetea sin llegar a darse explícitamente, el Diálogo en la Rotonda es como una culminación personal del género que nos da el autor. La inmensa gracia de sus caracterizaciones póstumas lo emparienta muy de cerca con el humor de nuestras calaveras.
Y Cuauhtémoc, que ha provado ya valores en los foros, es la otra cara en el tratamiento de lo náhuatl, el lado cívico de la medalla. Queda el semblante de nuestro único héroe a la altura del arte en una obra a la altura del héroe.
Concebidos para la escena, los textos dan sin embargo al lector un placer que con el maestro Novo es de máxima importancia y que al espectador en la luneta es sólo parcialmente accesible: el de saborear cada línea, el de disfrutar cuidadosamente todo el humor, las implicaciones múltiples, la delicadeza o el alto lirismo que encierran.