Iniciada con En alguna parte ojos de mundo (1980) y continuada en Quebrantagüesos (1986), con Naguales cierra la trilogía cuya temática gira en torno a la recreación de mitos, personajes y ambientes de una localidad semiurbana.
Si En alguna parte ojos de mundo se escuchaban ecos y tonos rulfianos y una visión general en el tratamiento de la muerte, el incesto y la religión; si en Quebrantagüesos se establecía un diálogo con personajes entrañables para inquirir sobre aspectos como la ternura, el alcoholismo, la casa y los ancestros; ahora, en Naguales, Rolando Rosas Galicia nos acerca a las intimidades y los afectos. Aquí hay un niño que mira el derrumbe doloroso de su padre, la agonía y la muerte del abuelo y los asesinatos de otros
seres queridos.
Con certero ojo de cronista y educado olfato de mirón; con un dominio de sus herramientas literarias, Rosas Galicia crea el ritmo propio de los dolores, los perfumes, el sonido de los animales, las imágenes congeladas en el espejo personal, y que son nuestras. Y lo comparte. Por eso escribe: «Desteñido anima. / Encuéntrate otra vez y Rozna Gruñe Relincha. / Encuentra el golpe. / El tiempo bordado con el sudor y la saliva. / El criminal en la carne propia. / Toda bestia es lujuria al acecho».
Pleno en el juego de la sintaxis, Naguales es arriesgue verbal. Recuperación de las cosas que el olvido oculta con su máscara de tiempo. Reconocimiento. Porque cada quien carga su nagual y a veces no lo sabe. O ¿al revés?