Enciclopedia de la Literatura en México

Oyendo a Verdi

mostrar Introducción

Rafael Solana (1915-1992) acostumbraba regalar a sus amigos y familiares libros que él mismo mandaba imprimir para las fiestas de Navidad. Así apareció por primera vez Oyendo a Verdi, un ensayo extenso sobre la obra y vida del compositor italiano. En este trabajo, que va de la anécdota a la valoración y del juicio erudito al comentario impresionista, el autor da muestra de su amplio conocimiento sobre la obra del compositor italiano, el mundo de la música y su historia. Compuesto por veintidós capítulos, es el único libro realizado por un escritor mexicano que se dedica por completo a la figura del creador de La Traviata, Rigoletto y Aida. Un interés similar en la ópera puede encontrarse en los ensayos sobre arte y música de Antonio Caso, quien publica en 1924 Dramma per musica, o en las crónicas de espectáculos que Manuel Gutiérrez Nájera escribió en el siglo xix a lo largo de su carrera como periodista y, posteriormente, en el libro de Eduardo Lizalde La ópera ayer, la ópera hoy, la ópera siempre.

Oyendo a Verdi apareció por primera vez en 1962 y formó parte, en 1969, del volumen de ensayos titulado Musas latinas que preparó el Fondo de Cultura Económica. En 2013, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Bellas Artes decidieron reeditarlo en el marco de los festejos en México por el bicentenario de Verdi.

mostrar Una vida de todos los géneros

La vida del veracruzano Rafael Solana transita, prácticamente, por los hitos y acontecimientos más importantes del siglo xx mexicano, desde la Revolución hasta el movimiento estudiantil de 1968 y más allá, cuando nuestro país se inicia en las políticas económicas del neoliberalismo con el presidente Miguel de la Madrid (1982-1988). Siendo un autor prolífico que comenzó a publicar a temprana edad, tuvo fuerza para dedicarse a todos los géneros. Como otros contemporáneos suyos, se inició en la poesía y publicó, entre otros libros, Ladera (1934), Todos los sonetos (1936) y Los espejos falsarios (1944). Pero quizá su aventura más significativa dentro de este género fue la fundación y dirección de la revista especializada en poesía Taller poético (1936), en la que publicaron muchas de sus obras más tempranas autores de la importancia de Octavio Paz, Efraín Huerta y Alberto Quintero Álvarez; también destaca por haber sido la primera en México en publicar poemas de Federico García Lorca.

En 1936 colaboró, al lado de Jaime Torres Bodet y Alberto Quintero Álvarez, en el libro de homenaje a los 400 años de la muerte del poeta español Garcilaso de la Vega, Tres ensayos de amistad lírica para Garcilaso, uno de sus primeros trabajos dentro del ensayo. A partir de este momento, como apunta Claudio R. Delgado,[1] su producción poética disminuyó. En los años subsecuentes, empezó a escribir obras de teatro y, ya para la década de los cincuenta, coincide su despunte en este género con el de la joven generación de dramaturgos (Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández, Sergio Magaña, Jorge Ibargüengoitia, entre otros) que marcaba la pauta del teatro mexicano. Similar a los textos originados en la clase de composición dramática que impartía Rodolfo Usigli en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la producción dramática del veracruzano tiene un marcado carácter realista y costumbrista. Es en su faceta como dramaturgo donde Solana alcanzó mayor fama. Destacan dentro de su producción Debiera haber obispas (estrenada en 1954), La casa de la Santísima (puesta en escena por primera ocasión en 1960) y Pudo haber sucedido en Verona (llevada, en 1982, a escena), esta última merecedora en 1983 del Premio Juan Ruiz de Alarcón.

mostrar El ensayo mexicano moderno hacia 1960

El panorama del ensayo mexicano hacia la década de 1960 era amplio y variado. La muestra que reúne José Luis Martínez en su celebrada antología El ensayo mexicano moderno –aparecida, en 1958, en el Fondo de Cultura Económica, cuatro años antes de que Solana escribiera Oyendo a Verdi– permite observar la calidad y cualidad de las “distintas formas que puede adoptar el ensayo”, según Óscar Mata. Así, continúa el investigador, los diversos textos que aparecen acogidos bajo la idea general de ensayo van de la crónica al tratado filosófico y del epigrama al estudio erudito, pasando por el discurso, la nota periodística, el trabajo crítico, etcétera. En este sentido, el trabajo de Solana, donde se funden, mediante la prosa clara y exacta, la nota biográfica y un juicio crítico, no exento de humor, encaja a la perfección con el tipo de producción ensayística de su época. Aunque cabe destacar que en la antología preparada por Martínez el principal tema que se aborda es el de lo mexicano, desde dos vertientes: la de su arte (literatura, principalmente) y la de su contexto histórico-social.[2]

Por eso es necesario apuntar que muchos otros de sus contemporáneos asumieron temáticas muy distintas por aquellos años: Ramón Xirau extiende su trabajo hacia lo español e hispanoamericano con Comentario (1960), Poesía hispanoamericana y española (1961) y Poetas de México y España (1962); Salvador Novo escribe sobre El teatro inglés (1960), Jaime García Terrés compone una variada selección de temas y asuntos en La feria de los días y otros textos políticos y literarios (1961); José de la Colina le dedica un trabajo a El cine italiano (1962); lo mismo que Eduardo Lizalde a la obra de Luis Buñuel, odisea del demoledor (1962); y José Revueltas publica Ensayo de un proletariado sin cabeza (1962). Otros ensayistas importantes que estaban en activo durante aquellos años fueron: Fernando Benítez, Luis Villoro y Octavio Paz.

mostrar Génesis y reconocimiento al padre

Como el propio autor lo señala, Oyendo a Verdi comparte con otros textos la historia de haber sido escrito como un regalo navideño. En la “Nota” que antecede la edición de 1969 de Musas latinas –título general en el que se incluye este ensayo al lado de “Leyendo a Loti” y “Leyendo a Queiroz”– Solana cuenta que: “Durante algunos años mantuve la costumbre de felicitar a mis amigos y parientes, por Navidad y Año Nuevo, no con una simple tarjeta, sino con algún pequeño libro”.[3] En diversas ocasiones, continúa el autor, esos textos pasaban a formar parte de otros volúmenes, como fue el caso de algunos de sus cuentos y de los tres ensayos que componen Musas latinas. Estos ensayos habían “circulado dentro de un grupo íntimo” hasta que en 1969 fueron recogidos por el Fondo de Cultura Económica dentro de la colección Letras Mexicanas.

Oyendo a Verdi está estructurado por un prólogo y xxii capítulos de extensión más o menos homogénea: cinco a siete cuartillas. La organización de los apartados mantiene una progresión lógica basada en la cronología de la obra verdiana, aunque también admite algunos apartados que funcionan como paréntesis o conclusiones parciales. Cabe destacar que en el interior de cada capítulo, Solana procura la unidad e independencia –repitiendo fechas, nombres y situaciones históricas– que permitan leerlos por separado o de manera no consecutiva.

La “Dedicatoria” es la parte más personal del libro y le sirve al ensayista para presentar la génesis tanto del libro como de su afición y conocimiento de la ópera, particularmente del trabajo de Verdi. Ahí explica que su padre había sido quien lo indujo al mundo de la música:

Pero mi padre me enseñó a oír; en él vi esa afición a la música, y particularmente a la ópera, que a su tiempo también en mí se despertó; él tocaba al piano pasajes, el más ruidoso de los cuales era la marcha triunfal de Aida, aunque también el Cuarteto de Rigoletto, y ‘la donna è mobile’.[4]

Cabe todavía señalar que el padre de Solana, quien fuera periodista, en un par de ocasiones había fungido como productor de óperas y en 1919 fue parte de los empresarios que trajeron a Enrico Caruso a México.

mostrar Confusiones, confusiones, confusiones. El perfil del ensayo

Consciente de las dificultades que implica todo trabajo biográfico, Solana dedica el primer capítulo a exponer los errores sobre el lugar y la fecha de nacimiento del compositor que han repetido algunos de sus biógrafos. Su estilo es ágil y divertido, comienza subrayando la necedad de “esos periodistas” que “suelen referirse” a Verdi “cuando desean no repetir demasiado su nombre en una crónica” como el “‘Maestro de Róncole’, por el lugar de su nacimiento”. Pues advierte que según Carlo Gatti, Verdi habría nacido en Busseto ya que Le Roncole era apenas un caserío, por lo que dichos periodistas deberían llamarle “el maestro de Busseto”.[5]

La fecha de nacimiento del compositor es un segundo motivo literario para Solana, quien aprovecha la falta de certeza (de biógrafos, familiares y hasta del propio Verdi) que durante muchos años hubo acerca del día y año correctos, para volver su estilo hiperbólico y humorístico:

Verdi vivió equivocado acerca de estos asuntos, en los que atribuía su información a su propia madre, que por lo visto era olvidadiza, y que transmitió esa cualidad a su hijo [...] De seguro porque ninguno, ni madre, ni padre, ni párroco, ni adjunto a la alcaldía, ni testigos, ni padrinos, suponían ni remotamente, que aquel niño estuviera destinado a la celebridad, y que la fecha de su nacimiento, y hasta la hora, fuesen discutidas por sus biógrafos en los siglos venideros.[6]

Solana glosa un par de anécdotas más sobre la infancia del autor de Aida, enfatizando su carácter novelesco y lo poco probable de su veracidad. La primera narra que cuando Verdi era un bebé una invasión a la ciudad donde vivía provocó que su madre corriera con él en brazos a refugiarse en la iglesia de Emilia donde ahora cuelga una placa de mármol que relata la historia “con un estilo más italiano que lapidario”. No obstante, agrega el autor que “lo más probable, por desgracia para los amantes de la leyenda, es que nada de eso haya sucedido en la realidad y que la placa marmórea sea una más de las muchas que en el mundo recuerdan a la posteridad hazañas o hechos que nunca ocurrieron”. Y remata de forma satírica: “Servirá el mármol, tan sólo, para que los turistas que el lugar visiten, sin duda no muchos, den unas liras de propina al sacristán que se los muestre”.[7]

La segunda anécdota con la que Solana consigue rastrear el origen de una de las frases más conocidas del personaje Germont de La traviata, refiere que cuando Verdi era apenas un niño ayudaba en misa; un día el párroco de su congregación le pidió unas vinajeras, pero el futuro compositor, abstraído con el sonido de un órgano, “que embargaba el alma del que ya se deleitaba con la música hasta casi llegar al éxtasis; aceptemos por buena esta explicación” perdió el hilo del ritual y tardó en responder, por lo que el sacerdote le dio un golpe en la cabeza. La respuesta del futuro compositor fue, contra toda usanza, Dio t’manda na sajetta, ruda frase que bien pudiera traducirse por Quiera Dios que te parta un rayo”. La anécdota toma relevancia porque, como asienta el mismo Solana, según registra José Luis Tapia, a los pocos años un rayo cayó en aquella iglesia matando al párroco:

Una lápida recuerda en aquella iglesia esa desgracia, que no es mármol lo que falta para conmemoraciones semejantes; están inscritos en ella los nombres de todas las víctimas, pues también mató ese cruel rayo vengador a varios de los coristas, inocentes tal vez. Cabe suponer que desde aquellos instantes trágicos, si era rencoroso, comenzó a formularse en la mente de Verdi aquella frase que muchos años más tarde pondría en boca de Germont, en el segundo acto de La Traviata: “Dio me esaudi, Dio me esaudi”.[8]

La elección de presentar en el primer capítulo una figura como la de Verdi rodeada de confusiones biográficas y falsas anécdotas sirve al autor para perfilar el propio carácter del ensayo que, como él mismo advierte, no tiene la pretensión de ser “un libro docto, de consulta, sino uno de lectura que sólo aspira a ser amena” del que celebra su “espontaneidad, su ingenuidad, su inocencia y su frescura”.[9]

mostrar Las imágenes del monumento, hablar literariamente del arte

En Oyendo a Verdi destaca el tono irónico e ingenioso que hace del dato erudito un elemento más para nutrir su prosa. Solana combina el comentario impresionista, tal como lo piensa Alfonso Reyes, donde entran en estrecha relación el talento literario y el gusto crítico, con la jerga técnica propia de la música. Es mediante esta combinación de registros que el autor consigue, aun siendo un texto que maneja diversos documentos históricos y propios de la historia de la música, provocar una lectura amena.

Por momentos sobresale la prosa más literaria, llena de giros sintácticos y lenguaje metafórico. Cuando describe uno de los pasajes de Rigoletto lo hace en estos términos:

La obertura, por ejemplo, que es, como muchas de Rossini, larga, rica y brillante, tiene un carácter decididamente rossiniano; un tempo vivo, resueltas arcadas en las cuerdas, que llevan al canto, y con las que los violinistas, lejos de modular expresivas frases, parecen solamente hacer una enérgica gimnasia.[10]

Este mismo procedimiento le sirve para situar a Verdi dentro de la tradición del arte occidental. En el capítulo viii Solana, haciendo uso de la interrogación retórica, escribe: “¿Corresponde Verdi, por su personalidad dentro del mundo de la música, por sus ideales estéticos, por su magnitud, por su estilo, a lo que en el terreno de las letras es Shakespeare?” y poco adelante se responde: “Verdi no es el Shakespeare, sino… el Víctor Hugo de la música”.[11]

Cuando se refiere al estilo musical que consagró al compositor, Solana aprovecha el símil o la comparación para decir: “Todo edificio tiene una primera piedra; la primera piedra del edificio Verdi es el coro ‘Va pensiero sull’ali dorate’, de la ópera Nabucco, la tercera de las escritas por el compositor”;[12] o para establecer la taxonomía de sus obras vuelve al símil:

El mapa de las obras de Verdi se parece al sistema solar; primero unos cuerpos menores, y luego otros cada vez mayores, hasta alcanzar otros planetas de proporciones gigantescas; pero entre los de mediano volumen, y los más grandes hay una franja de asteroides.[13]

Mediante la adjetivación también se consiguen efectos literarios en el ensayo: “Verdi ofrecía al público [...] gran pluralidad de vastas y difíciles decoraciones [...] encontramos que debió de ser un tosco uso de masas, de caballerías y de ruidosos y confusos cuadros militares”;[14] por otro lado la sintaxis que impera a lo largo del texto se deja leer sin dificultad y admite gran cantidad de digresiones, oraciones parentéticas y subordinadas.

Este ensayo también está lleno de anécdotas que los biógrafos más autorizados de Verdi registran, como Gino Monaldi. Una de éstas es la referente a la fama de patriota que tuvo el compositor durante su vida. Aquí Solana recuerda que las letras del nombre de Verdi sirvieron durante la revolución italiana “para escribir en las paredes: ‘Viva Verdi’ no por la admiración al que ya era entonces el más famoso autor de Italia, sino para significar con pocas letras, Viva Vittorio Emmanuele, Re d’Italia”. Otra anécdota interesante y que Solana rescata para producir sorpresa en su lector mexicano es aquella, según Gutierre Tibón, sobre el hecho de que algunos pasajes corísticos de las obras de Verdi servían a los ejércitos mexicanos para entrar en combate.[15]

Una estrategia metaliteraria que destaca en este ensayo es la referencia a trabajos previos o la huella de lo que en el futuro desarrollará en otros escritos. Para dar dos ejemplos concretos de dichas referencias metaliterarias, se pueden mencionar una cita a Eça de Queiroz (“Verdi o el músico querido de los mexicanos”)[16], escritor a quien anteriormente le había dedicado otro de sus ensayos extensos titulado Leyendo a Queiroz; y una anécdota donde se alude a la plaga que asoló a Verona hacia el siglo xvi[17] y que luego aparecerá mencionada en su obra de teatro Pudo haber sucedido en Verona, estrenada en 1982.

mostrar El crítico-ensayista

Sin duda, como Rafael Solana lo advierte, Oyendo a Verdi no es un libro académico o de rigurosa historia y crítica de la ópera. Sin embargo muchas de las apreciaciones y juicios plasmados por el autor muestran su vasto entendimiento, más allá del diletantismo. Por ejemplo, en el capítulo x asegura respecto a La Traviata que “ésta no es la más perfecta, ni la más avanzada o evolucionada, ni siquiera la más personal de las óperas de Verdi”;[18] y de Luisa Miller que es “como la Cuarta Sinfonía de Beethoven, que ha sido llamada ‘una doncella griega sentada entre dos gigantes’ (la Tercera y la Quinta), una especie de remanso, de capítulo doméstico y casi pastoril”.[19]

Solana observa una ruptura importante en la elección de las temáticas en Verdi:

Algo que causa asombro a quien se acerca a la obra de Verdi es la gran diversidad de los asuntos que escogió para temas de sus óperas. [...] Antes de Verdi los autores solían incurrir en reiteraciones ostensibles; los temas mitológicos, por ejemplo, o de la historia griega o de la romana, eran repetidos en forma constante [...]; Verdi se sacudió esa imposición, y, tal vez como reacción contra sus antecesores, no escribió una sola obra con tales argumentos, sino que procuró buscar nuevos temas, ambientes distintos, épocas que estuviesen menos manidas.[20]

También anota, posteriormente, la innovación de Verdi al incluir la figura del padre por primera vez como un personaje importante, principal, dentro de la ópera.

mostrar Leyendo a Solana

Oyendo a Verdi ha gozado de muy poca atención por parte de especialistas. Esto se debe, por un lado a que, como se ha mencionado ya, su publicación inicial fue pensada para que circulara (con 500 ejemplares) entre familiares y amigos íntimos del autor; y por el otro a que, en general, la obra y la figura misma de Solana han ido dejando de suscitar el interés de críticos y autores con los años. No obstante, quienes se han propuesto escribir sobre su trabajo, y en particular sobre su prosa, coinciden en señalar los méritos literarios de la misma. Por ejemplo, José Luis Martínez considera que Oyendo a Verdi junto a Leyendo a Loti y Leyendo a Queiroz es parte de “sus mejores libros”[21] y lo califica como “un libro poco común entre los escritores literarios que no suelen ser buenos conocedores de materias ajenas a las letras”[22] y asegura que “es muy ameno porque va entremezclando a los juicios musicales múltiples anécdotas y ‘trivia’ operística curiosa”.[23]

Del tiempo de su aparición se cuenta con escasos testimonios de su recepción, de los cuales los más significativos son los que el mismo Solana consigna en el prólogo a Musas latinas, donde se incluye. Ahí, su autor destaca que “ha sido el más solicitado de muchas partes, especialmente de España e Italia, aunque en la prensa se han hecho repetidas reproducciones de algunos capítulos”.[24]

En años recientes el periodista y principal divulgador actualmente de la obra de Rafael Solana, Claudio R. Delgado ha hecho énfasis en la importancia y el valor literario de Oyendo a Verdi. Para él, en cuanto a estilo, el libro “es claro y sencillo” además de que proporciona una lectura fresca. Asimismo pone en relieve dos datos que afirman la importancia del volumen, el primero respecto a su singularidad:

Hasta donde yo he investigado, no ha habido, no hay escritor alguno, o aficionado o experto en el tema operístico y particularmente en el estudio de la vida y obra del creador de “Otello”, que haya creado en nuestro país un libro como el que nos regaló Solana sobre Verdi.

El segundo hecho que remarca Delgado tiene que ver con el conocimiento y la agudeza crítica de Solana: “Tan bien escrito, tan bien documentado y los juicios que en él sobresalen son tan contundentes e incluso en algunos momentos tan deslumbrantes, que Oyendo a Verdi, fue celebrado y reconocido por los críticos más exigentes del músico en su país”.[25]

Otras voces autorizadas de la música, como Luis Gutiérrez Rubalcava, señalan respecto a la actualidad del libro que “nos permite ver los gustos y preferencias del público de mediados del siglo pasado, así como el acercamiento que a la ópera tenían los aficionados, unos más letrados que otros, comparándolos con los de nuestros días”.[26] El bicentenario del nacimiento del compositor italiano no sólo significó una oportunidad para conocer más ampliamente su música, sino que abrió una puerta para que se conociera y volviera a leer este libro de Solana que, no sólo tiene valor como testimonio de su inteligencia musical, sino que como muestra de una prosa clara puesta al servicio del ensayo es una lectura vigente.

mostrar Bibliografía

Delgado, Claudio R., “Presentación”, en Rafael Solana, El poeta detrás de la sonrisa, pres. de Claudio R. Delgado, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Lecturas Mexicanas, Cuarta serie), 2004, pp. 11-18.

----, “A 200 años de su natalicio: Oyendo a Verdi de Rafael Solana”, Siempre!, diciembre de 2013, pp. 3-6.

Gutiérrez Rubalcava, Luis, “Oyendo a Verdi de Rafael Solana”, Pro Ópera, julio-agosto, 2014, pp. 42-43.

Mata, Óscar, “El ensayo mexicano moderno”, Temas y variaciones, núm. 24, 2005, pp. 81-90.

Moncada, Luis Mario, “El milagro teatral mexicano”, en Un siglo de teatro en México, coord. de David Olguín, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2011, pp. 94-116.

Solana, Rafael, “Nota”, en Musas latinas, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas), 1969, pp. 7-8.

----, “Oyendo a Verdi”, en Musas latinas, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas), 1969, pp. 239-381.

mostrar Enlaces externos

Pereira, Armando, “La generación de medio siglo: un momento de transición de la cultura mexicana”, México, D. F., Instituto de Investigaciones Filológicas/ Universidad Nacional Autónoma de México, (consultado el 23 de abril de 2015). 

R. Delgado, Claudio, “Libro: Oyendo a Verdi de Rafael Solana (primera parte)", entrevista por Carmen GalindoSiempre!, (consultado el 23 de abril de 2015).

----, “Oyendo a Verdi de Rafael Solana (segunda parte)", entrevista por Carmen GalindoSiempre!, (consultado el 23 de abril de 2015).