Will Rodríguez conoce la ironía de la muerte, pues la muy descortés nunca avisa de su llegada. Sabe que es una realidad de la carne y que, como todo lo de la carne, tiene que ver con hambre, satisfacciones, violencia, descomposición y placer. Sobre una tumba o frente a un lavabo, la muerte es hija del gozo, así como puede ser fruto de la venganza en un departamento, engendro de la ebriedad en la carretera o, aún, descendencia de la propia falta de atención.
Hallazgos, amores, pérdidas, rabias: las magras promesas de la vida, repetidas interminablemente y siempre cumplidas de un modo que no prevemos, son la materia de los cuentos de Will Rodríguez. Pero este libro no es una muestra del "realismo sucio" tan desgastado entre nosotros. Sus argumentos nunca son rutinarios -como tampoco lo es la mera vida- y todos se desarrollan entre estallidos, a veces casi invisibles, otras brutales, de las pasiones: los hilos que tiran de nosotros desde el primer momento hasta el último, sin pausa, se dejan ver tras los esfuerzos, las penalidad y los asombros de cada personaje.