La vida es, para la narrativa de Eduardo Villegas Guevara, una breve luz en torno a una constante pesadilla. En ella se suceden revelaciones más allá de los sentidos y de la percepción de una posible verdad, si ésta fuera accesible... Sin embargo, somos —más bien— alimento de vampiros, cómplices de misteriosos gusanos o testigos de muertes sucesivas, en las que alcanzamos a envidiar cierta liberación a pesar del tormento y la angustia. Es innecesaria la clemencia.
Desde sus primero textos, el discurso de Eduardo Villegas es cambiante, pues junto a los que tienen como escenario Ciudad Nezahualcóyotl (con su gente y sus conflictos), podemos encontrar otros geográfica o espacialmente inciertos, urbanos casi siempre, aunque no falta algún desliz rural (evocación, quizá, de sus orígenes palmillenses). No obstante, es posible localizar rasgos unificadores en todos los casos. Sobre todo el manejo del lenguaje, que dentro de lo netamente referencial planta subrepticiamente giros que apuntan hacia lo lírico, con lo cual acentúa los contrastes en historias o ambientes crueles, sórdidos, escatológicos o de un realismo rabioso.
El espacio de esta narrativa es el de la desmesurada de los conflictos del ser humano en su relación consigo mismo, con los otros, con la naturaleza y con las cosas del mundo inteligente y del mundo de lo inexplicable, perspectiva que el imprime ya una nota distintiva.
Unas de las constates de este libro es la reflexión sobre la pareja y la relación amorosa, sobre lo erótico y lo thanático. Todos los cuentos de una manera u otra reflexionan sobre estos temas; pero es una reflexión a través de símbolos, de metáforas (...).