Escribir un relato en esta época es una tarea imposible, inútil, pretenciosa y agotada históricamente. Lo más que se puede hacer es explorar la arqueología de lo que podría ser o haber sido, reconstruir un texto borrado, sugerir un itinerario de lectura. Vitrina del anticuario, de Felipe Vázquez, carece de la mayoría de los elementos que podrían justificar su inscripción, no sólo en el relato, sino en todo el género narrativo. En lugar de ello, propone una serie de piezas proto y metanarrativas, juegos intelectuales, librescos, sofismas extendidos. Aquí radican su mayor acierto y su mayor desafío. La propuesta habla de un libro insólito, contenido y agotado en sí mismo y sin embargo - como el palimpsesto que pretende ser- lleno de profundidades verticales. Y los resultados ofrecen una obra pirotécnica y desmesurada.