Estrella del Valle desvela con franqueza sentimientos e impresiones de infancia y juventud en su poemario Fábula para los cuervos, recorrido doliente por los caminos ásperos de la historia familiar. La autora cava túneles bajo las pieles sucesivas del tiempo, avanza y se devuelve, a veces presa del horror, a veces deslumbrada por un hueco excesivamente luminoso. Escribir es una tarea en la que insiste, a pesar de todo, «con el peso del horizonte salando mis ojos». Es testigo de un reino de nostalgia, de asombro; canta su fábula aunque las palabras no cedan, no se dejen domar, se fuguen. Luego de atravesar la genealogía, el deseo, los pequeños, domésticos infiernos, de presenciar y consumar la ceremonia solitaria del recuerdo, confiesa: «Yo soy el monstruo sin más garra que mi boca».
En Noche de ronda un narrador en primera persona, una segunda voz que alterna en la historia –el fantasmal Bernardo Benavides– y la especial atención del lector hacen la amalgama de ficción y apariencia de realidad de este juego nocturno, alucinante y quincenal que es la juerga fantástica de los jueves. Jorge F. Hernández nos envuelve en el enrarecido ambiente de la ciudad, invadida por personajes insólitos que se disfrazan al capricho de la perversión o la aventura en turno y reclutan secretamente a sus cómplices, eliminando, también subrepticiamente, a sus detractores. Entre el azorado testimonio del principal afectado y el dicharachero embate de Benavides, la noche rueda, con música y sin japi énding.