Hace muchos años, tal vez trece o quizá un poco menos, apareció un libro de sueños: los tiernos sueños de una niña llamada Lilus Kikus, para quien la vida retoño demasiado ronto.
Lilus sabía poner orden en el mundo sólo con estarse quieta, sentada en la escalera espiral de su imaginación, donde sucedían las cosas más asombrosas, mientras miraba cómo se esfumaba el rocío y un gato se mordía la cola o crecía la sonrisa de la primavera. Luego, de pronto, sentía que los limones enfermos y que sólo inyectándoles café negro con azúcar podía aliviarlos de su amargura.
Pero Lilus también endiabladamente inquieta: a preguntarle a un filósofo si él era el dueño de las lagartijas que tomaban el sol fuera de su ventana. También divagaba en cómo hacerle a Dios un nido en su alma sin adulterio, e investigaba con su criada Ocotonia de qué tamaño y sabor eran los besos que le daba a su novio.
Todo este libro es mágico y está lleno de olas de mar o de amor, como el tornasol que sólo se enceuntra, tan sólo, en los ojos de los niños.
Juan Rulfo
Hace muchos años, tal vez trece o quizá un poco menos, apareció un libro de sueños: los tiernos sueños de una niña llamada Lilus Kikus para quien la vida retoñó demasiado pronto. Lilus sabía poner orden en el mundo sólo con estarse quieta, sentada en la escalera espiral de su imaginación, donde sucedían las cosas más asombrosas, mientras con los ojos miraba cómo se esfumaba el rocío y un gato se mordía la cola o crecía la sonrisa de la primavera [...] Todo en este libro es mágico y está lleno de olas de mar o de amor como el tornasol que sólo se encuentra, tan sólo en los ojos de los niños: Juan Rulfo.