En los relatos de Jesús Alvarado resalta de inmediato la preocupación por el cómo. Sí, son relatos que cuentan algo, pero lo inusitado es su preocupación por el cómo contarlo, lo que se traduce en voluntad de estilo y búsqueda formal. Producto de lo anterior es la presencia, en la mayoría de las narraciones que integran este volumen, de una voz peculiar, en cierta medida ambigua aunque se disfrace —en ocasiones— de "yo"; o lo contrario, una tercera persona aparente, omnisciente, que se revela de pronto como un yo que responde a los acontecimientos porque participa en ellos.
¿Y las historias? Van desde los asuntos sombríos, que lindan con lo fantástico y lo demoniaco —en los que la atmósfera se configura como determinante de la intensidad dramática—, hasta las anécdotas más inmediatas y comunes, pero todas ellas tamizadas por el lienzo acerbo de la mordacidad, la ironía o lo fársico. Late, atrás de las líneas a veces hasta humorísticas de Jesús Alvarado, la mirada crítica, que diseca prejuicios, actitudes maniqueas y costumbres torcidas por la pusilanimidad o el conformismo.