Huatulqueños revoluciona lo que en nuestro medio literario ha dado en llamarse "novela rural", género que por más que cuenta con joyas irrebatibles (entre las que los libros de Juan Rulfo siguen ocupando un primerísimo lugar) y toda clase de experimentaciones recientes, está todavía por inventarse y actualizarse. Nunca antes en la literatura mexicana un autor había renunciado a tantas cosas para perseguir lo esencial: la personalidad pétrea de indios y campesinos. Da Jandra renuncia a las elaboraciones del lenguaje para quedarse exclusivamente con lo fundamental (esto es: con el corazón y la cabeza) no sólo de las expresiones de sus personajes, sino también de la formulación de sus descripciones individuales y ambientales. Renuncia por ello mismo -artificiosamente, claro está, pero con auténtica sabiduría narrativa- a su propia presencia como autor de estas páginas para dejarles libre el terreno a sus personajes y que sean ellos mismos los que, sin muchas palabras y sin darle tantas vueltas al asunto, actúen e impongan en la novela su sensación de una vida difícil y una muerte seductora. Renuncia, en fin, a las anécdotas grandilocuentes para quedarse en cambio con la historia vil de todos los días. El resultado de este conjunto de negaciones no podía ser más afirmativo: la vida llana, contundente, fina y fría.
Huatulqueños rescata la historia transcurrida en este siglo en una región del país que, como Huatulco, Oaxaca, y por azares de la "modernización" y el desarrollo turístico, está asistiendo al oportunista desgajamiento de sus entrañas, de modo que este salvamento narrativo -a la manera de la "historia mínima" e imbuido de una genuina preocupación por el resguardo de nuestros recursos naturales- cumple la extraordinaria función, tan olvidada en la literatura mexicana reciente, de expresar una memoria civil heroicamente colectiva.
Huatulqueños revoluciona lo que en nuestro medio literario ha dado en llamarse “novela rural”, género que por más que cuenta con joyas irrebatibles y toda clase de experimentaciones recientes, está todavía por inventarse y actualizarse. Nunca en la literatura mexicana un autor había renunciado a actualizarse. Nunca en la literatura mexicana un autor había renunciado a tantas cosas para perseguir lo esencial: la personalidad pétrea de indios y campesinos. Da Jandra renuncia a las elaboraciones del lenguaje para quedarse exclusivamente con lo fundamental, esto es: con el corazón y la cabeza. Renuncia a las anécdotas grandilocuentes para quedarse en cambio con la historia vil de todos los días. El resultado de este conjunto de negaciones no podía ser más afirmativo: la vida llana, contundente, fina y fría como golpe de machete sobre la cara.
Enrique Mercado