Ya desde uno de sus cuentos, Jesús Alvarado expresaba dos notas características de su mundo narrativo: la necesidad de sus personajes de inventarse una realidad y el sentimiento de marginación de quienes no pueden desatar el nudo de su estéril arraigo. Así, ya sea en el plano realista o en el fantástico, el mundo de la provincia del norte de México parece no dejar opción ante los atavismos de las costumbres o la falsa solución de la huida (esperando “burlar la cerca”) hacia un mundo todavía más implacable. Por su lado, Orlando Ortíz ha expresado, en torno a la narrativa del autor, que “hasta las anécdotas más inmediatas y comunes” están tamizadas “por el lienzo acerbo de la mordacidad, la ironía o lo fársico”. En efecto, el título de esta novela, ganadora del Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras 2003, remite a ese carácter de farsa donde sus personajes buscarán reinventarse para escapar al fatalismo de la marginación y la muerte. Lo anterior ha implicado para Alvarado la búsqueda de un estilo narrativo rico y complejo, producto de una mirada crítica y de un oído melodiosamente áspero. En Bajo el disfraz (los cantares prohibidos), el autor propone el relato acucioso y laberíntico de una sola voz narrativa en varios planos de tiempos y espacios. La saga de su constante huida lleva al personaje, entre los meandros de una memoria que desea recuperar lo que se sabe perdido, a la reconstrucción de un viaje que carece de principio y de fin. Las claves de esos mundos fragmentados, de esas visiones adormecidas por la pérdida de culpa, no dicen nada, no le señalan, como se lee en el comienzo de la novela, la dirección del escondite definitivo. En ese aquí que es allá, en ese allá que es aquí, la verdad se disfraza y la mentira danza en su desenfreno de dolor, ausencia y olvido como en una orgía de palabras que quiere acabar con el silencio, que es la llave del mundo en el cual el personaje ha entrado para no volver. Inventar historias en resolverlas en figuraciones que borren el tedio de la violencia narca, pero más allá no hay salida en ese mundo que, hecho de montañas de dinero, no puede resistir su propia tragedia.