Porque la poesía es una cuestión de honor, hay palabras que se empeñan en su nombre y son las mujeres las que cumplen lo que viven y, a veces, entre ellas sobresale una voz que se atreve a cruzar la frontera de su cuerpo para decir, por todas, cómo es salir de casa y atravesar esa línea trazada por los hombres para marcar su territorio. No debe ser fácil llamarse Gabriela y saber que para sus ojos las cosas más cotidianas tienen una hondura que no todos observamos, porque la sensibilidad, también, es otra conjugación del verbo caer; quizá la que nos lleva más adentro de nosotros mismos. Leer a Gabriela Aguirre es seguir un itinerario de sensaciones que nos lleva a entrar hasta el mismísimo sitio donde sueña un Julio en figura de gato, en brazos de una niña que mira por la ventana cómo regresa la mujer que será, después de comprobar que la frontera de su cuerpo era sólo el pasaporte al que le faltaba un sello para darle validez oficial. Ahora ya lo tiene: es este libro, sellado por la poesía.