Si en Partidas Francisco Segovia había entregado una muestra extrema de lo que su poesía busca —síntesis de la experiencia en imágenes que la cifran, la provocan y la nombran— en Baladro nos sorprende con un nuevo giro —lo calificaríamos de lingüístico si no sonara demasiado a Heidegger— que es al mismo tiempo la continuación de aquella apuesta y su radical puesta en duda desde el lenguaje y el ritmo mismos. La claridad deja su lugar a una opacidad deslumbrante, a una luz interna que parece provenir de las palabras mismas, citadas en la página por el poeta para iluminar. Frente a la figura del rebelde, predominante en Partidas, aquí es Merlín, el mago, quien deambula y preside el grito de espanto, ese mismo grito que escucha hasta hacernos cerrar los ojos en la tragedia.