Un hondo anhelo de celebración gobierna el arco verbal de estos poemas. Entre la tensión de la cuerda y el instante del disparo se templa la voz; una voz que se ha sumergido en la materia misma de su canto, para surgir después transfigurada. Tiempos diversos, muchachas de carne y leyenda, lugares entrevistos bajo la luz de otra edad. Todos ellos confluyen en el cauce que abre y cierra, como un faro, el deseo. Hay en estas Saetas de Sergio Briceño González el pulso preciso, la necesaria vibración, el aliento del arquero: "Quise un latido y vino el mundo en dos manos". Cada uno de sus poemas aspira a condensar en la velocidad de la flecha la intensidad de una visión. Saetas: fragmentos, destellos de un mundo sólo posible mediante la tenacidad de la poesía.