2015 / 05 dic 2017
La Malhora es uno de los más apreciados ejemplos de novela corta experimental de Mariano Azuela. La primera edición, de 1923, se trató de una impresión privada con un tiraje de tan sólo cien ejemplares. Más tarde se publicó el capítulo “Santo… Santo” en El Universal Ilustrado y completa en la revista Contemporáneos de noviembre a enero de 1931. En 1941 aparece por fin la edición definitiva en la editorial Botas, junto con El desquite (1925). La edición actual es del Fondo de Cultura Económica, en ella se incluye en el tomo iii de las Obras Completas editadas por Alí Chumacero. La Malhora es una novela corta de crítica social que derivó de las propias experiencias del médico y que experimenta con una mezcla del Naturalismo y la que Azuela llamaba “técnica moderna”. Narra la violenta historia de Altagracia, apodada “la Malhora”, una prostituta de pulquería que busca vengar la muerte de su padre. Alcohólica, como lo fueron sus padres, intenta redimirse una y otra vez sin éxito. Su vida transcurre en los arrabales de Tepito en la Ciudad de México, lo cual le da a Azuela un pretexto para reflexionar acerca de la urbe, de su vida nocturna y la miseria de sus barrios bajos.
Quizá lo más interesante de La Malhora de Mariano Azuela sea su tratamiento estético. Después de Los de abajo (1915), precursora de la Novela de la Revolución, Azuela se adentra en el estudio de los grandes escritores de “técnica moderna”, entre los cuales él mismo menciona a Virginia Woolf, William Faulkner, Marcel Proust y James Joyce. Acerca de esta técnica, Azuela dice, según María del Mar Paúl Arranz, que consistía en “retorcer palabras y frases, oscurecer conceptos y expresiones para obtener el efecto de la novedad”,[1] como podemos observar en el siguiente ejemplo de La Malhora donde se utilizan palabras difíciles para lograr una descripción hermética: “cintilación de pupilas felinas y blancura calofriante de acuminados colmillos”.[2]
Elementos como el flujo de conciencia y la fragmentariedad se unen, por un lado, a temas decimonónicos más bien propios del Naturalismo que muestra Gamboa en Santa (1903) o Zola en Germinal (1885). Apunta Laura Adriana González Eguiarte que Azuela utiliza en esta novela “personajes y tratamientos enclavados en el siglo xix pero con estilo y estructuras vanguardistas del xx”.[3] En este sentido, la obra de Azuela es precursora técnicamente y prefigura otras dos novelas que publicará en esta misma veta experimental a continuación, El desquite y La luciérnaga (1932). El propio autor renegaría después de estas novelas que presentan un conflicto entre el tema y la forma.
Por otro lado, son de las primeras obras en las que la ciudad juega un papel principal: “Oíase el sordo discurrir de los automóviles de linternas apagadas, achaparrados, desfilando rápidos cual interminable procesión de negros ataúdes”.[4] La Malhora se publica un año antes de la Ifigenia cruel (1924) de Alfonso Reyes y poco después de los primeros libros de Martín Luis Guzmán y Carlos Pellicer y pareciera funcionar como un caso aparte en la literatura mexicana. Sus influencias son principalmente externas y su descendencia, fuera de la obra del propio Azuela, es poca a no ser, quizá, por su incursión en el retrato urbano. Luego de las novelas de la Revolución, donde muchas veces se idealizaba el campo, La Malhora se centra en el psicoanálisis de los personajes que se ven arrastrados por las circunstancias sociales y económicas en las que se encuentran, retratando por medio de ellos la vida en las zonas marginales de la ciudad, mismas que iban creciendo conforme el desarrollo industrial aumentaba y la gente se desplazaba del campo a la ciudad. La novela se publica durante el mandato de Álvaro Obregón, sucedido pronto por Plutarco Elías Calles, quien encabeza una guerra que prefigura el conflicto moral/religioso que retrata la novela: la Guerra Cristera, en la que el gobierno le hacía frente a quienes se rebelaban ante las nuevas leyes anticlericales.
La Malhora narra la vida de Altagracia –una prostituta nacida en la zona de Tepito en el Distrito Federal– antes de cumplir los quince años, cuando es testigo del asesinato de su padre por parte de Marcelo, un pintor de brocha gorda que está liado con La Tapatía, dueña de una pulquería. La historia ocurre en cinco partes, cinco momentos de la vida de Altagracia entre los cuales hay elipsis temporales. Ésta es precisamente una de las aportaciones más importantes de la novela, que como dice María del Mar Paúl Arranz: “rompe la linealidad cronológica y narra en una especie de claroscuros que iluminan ciertas zonas de la vida de la protagonista y oscurecen otras. Esto se realiza mediante una secuencia de escenas apenas separadas por un ligero espacio en blanco o mezcladas sin transición y en ocasiones sin explicación alguna”.[5] Cada momento, sin embargo, sirve para recapitular los episodios anteriores de la vida de Altagracia, es decir, los que no ocurren en el tiempo real de la trama. La primera de las cinco partes sucede principalmente en una pulquería y en la sala de un hospital, y en ella se aporta información acerca de Altagracia por medio de otros personajes, pero también por medio de un narrador omnisciente en tercera persona. Conforme avanza la trama, vemos a Altagracia bailando sobre las mesas de una pulquería y somos testigos de lo que ocurre a causa del homicidio de su padre, cuando Altagracia queda inconsciente y despierta para ser interrogada por agentes policiales: “Es mariguana –observa uno de los agentes del orden público, guiñando el ojo a su colega”.[6]
En la quinta parte, la principal narradora es Altagracia misma, quien en primera persona relata las tribulaciones de su vida al médico que la trató, y cómo la determinaron el lugar y la gente entre la que se crió: “No, señor, primero los antecedentes. Porque, ¿sabe usted?, no hay tragedia sin antecedentes”.[7] Narra también cómo el hombre que mató a su padre, su principal enemigo, logró seducirla y la llevó poco a poco a la destrucción; su posterior vida como sirvienta, primero para un médico y después para unas hermanas. Por último, cuenta su regreso a las calles, a la prostitución y al alcohol: “descendiendo, descendiendo, habíase reducido a cosa, a cosa de pulquería, a una cosa que estorba y a la que hay que resignarse o acostumbrarse”.[8]
El narrador de la novela funciona como un filtro de los acontecimientos: enaltece con su lenguaje sofisticado y sus estructuras, las acciones y los pensamientos de los personajes. La realidad se ve por lo tanto alterada con las descripciones que algunos críticos como Eliud Martínez llaman “cubistas”, en las que tenemos varias impresiones de un mismo objeto, suceso o personaje. El choque entre los temas naturalistas y las descripciones rebuscadas también es una forma de distorsionar la realidad, en donde parecen contradictorias las descripciones afectadas de situaciones tan mundanas: “Ahora un tónico. Altagracia lo apura con avidez. El alcohol brilla al instante en sus ojos avejigados”.[9]
El valor de La Malhora yace principalmente en su intención vanguardista. El juego que hace Azuela es poco usual y, aunque el resultado no sea para todos el mejor posible, definitivamente podemos afirmar que La Malhora rompe con la técnica tradicional de la novela costumbrista predominante en su ámbito. Como señala Eliud Martínez en Mariano Azuela y la altura de los tiempos, Azuela:
Reconoce con certeza la necesidad de experimentación y desarrollo de nuevas formas narrativas, lo que parece no reconocer en la época en que principia a escribir sus novelas modernas es que “la nueva técnica” comprende un más complejo grupo de principios que aquellos por él esperados y a los cuales se ve obligado, con reticencias, a observar y que, subsecuentemente le ocasionan arrepentimiento.[10]
El uso del lenguaje en la novela surge de esta experimentación y es muchas veces más bien lírico y sofisticado: “Así pues, vamos por orden: primero el sótano hediendo a salitre, negro como boca de fogón, donde ella vio o debió haber visto la primera luz; la portería de una inmensa vecindad de Peralvillo; segundo, papá y mamá viviendo vida de ensueño y riñendo hasta el instante en que ésta revienta de puro hinchada ¡glorioso agave!”[11]
Los personajes están basados en las vivencias del propio Azuela y de las personas que conoció cuando trabajaba en un consultorio de Tepito donde atendía principalmente enfermedades venéreas. De allí, por ejemplo, surgió la escena de la pelea de Altagracia, ya que una vez presenció una riña entre mujeres. La protagonista es una especie de heroína trágica, condenada a seguir el camino de sus padres y a perpetuar el círculo vicioso del alcoholismo y la pobreza que denuncia Azuela. El objetivo es precisamente ironizar, mediante el uso del lenguaje y la estructura, una narrativa que pretende exponer y describir la miseria, cuando ésta poco tiene en general de sublime.
La técnica moderna con la que Azuela escribe La Malhora surge del miedo al olvido y la desatención de la crítica en la que habían caído sus novelas anteriores con excepción de Los de abajo. El autor decide entonces actualizarse, quizá para probar mejor suerte con la crítica. Sin embargo, La Malhora no obtuvo buena acogida en México, dice Raymundo Ramos en Mariano Azuela y la crítica mexicana: Estudios, artículos y reseñas.[12] Francisco Monterde, por ejemplo, tilda las novelas de este periodo como “barrocas y herméticas”, aunque luego afirma merecen una “atención más detenida de la que la crítica suele prestarle”;[13] Luis Leal las llama “novelas de atardecer”;[14] Manuel Pedro González las describe como “novelas de transición”; y Torres-Rioseco dice que fueron “escritas con métodos de superposición propios de la escuela cubista”. En el extranjero, La Malhora tuvo mejor suerte. Pronto fue traducida al francés por J. Maurin y el Abate González de Mendoza. Otro estudioso extranjero, Alfonso Masseras, la llamó “un intenso capítulo de psicología humana”. Para Valéry Larbaud, quien más tarde prologaría Los de abajo, “esta obra es –hasta 1930– la mejor de Azuela”. No hay demasiados estudios dedicados exclusivamente a La Malhora, casi siempre se le analiza a la luz de La luciérnaga y El desquite, pero un buen intento es el que hace Víctor Díaz Arciniega en su texto para Una selva tan infinita. La novela corta en México (1872-2011). Tal parece que La Malhora, a diferencia de otras novelas de Azuela que siguen o han caído de nuevo en el olvido, va recibiendo poco a poco más atención de los críticos, principalmente como un objeto de estudio exótico del periodo.
Azuela, Mariano, La Malhora. La novela corta. Una biblioteca virtual, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México (Novelas en Campo Abierto. México 1922-2000)/ Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, 2012.
----, Obras completas, ed. de José A. Vázquez y Alí Chumacero, pról. de Francisco Monterde, México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 1958-1960, 3 vols.
Díaz Arciniega, Víctor, “Azuela entre dos corrientes”, Una selva tan infinita. La novela corta en México (1872-2011), t. i, coord. de Gustavo Jiménez Aguirre, ed. de Gustavo Jiménez Aguirre, Gabriel M. Enríquez Hernández, Esther Martínez Luna, Salvador Tovar Mendoza y Raquel Velasco, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México (El Estudio)/ Fundación para las Letras Mexicanas, 2011.
González Eguiarte, Laura Adriana, “Presencia del lenguaje cinematográfico en la narrativa moderna de Mariano Azuela: un análisis comparativo”, Literatura Mexicana, núm. 1, vol. xiii, 2002, pp. 117-148.
Leal, Luis, “Mariano Azuela, precursor de los nuevos novelistas”, Revista Iberoamericana, núm. 148-149, vol. lv, julio-diciembre, 1989, pp. 859-867.
Martínez, Eliud, “Azuela's La Malhora (The Evil One): From the Novel of the Mexican Revolution to the Modern Novel”, Latin American Literary Review, núm. 8, vol. iv, Spring, 1976, pp. 23-34.
----, Mariano Azuela y la altura de los tiempos, Guadalajara, Jalisco, Gobierno de Jalisco (Colección letras. Serie crítica; 2), 1981.
Paúl Arranz, María del Mar, “La obra vanguardista de Mariano Azuela”, Inti, núm. 51, vol. i, primavera de 2000, pp. 107-124.
Ramos, Raymundo, "Tres novelas de Mariano Azuela", en Mariano Azuela y la crítica mexicana: Estudios, artículos y reseñas, comp. y pról. de Francisco Monterde. México, D. F., Secretaría de Educación Pública (SepSetentas; 86), 1973, pp. 7-18.
La novela corta. Una biblioteca virtual, México, D. F., Instituto de Investigaciones Filológicas/ Fondo Nacional para la Cultura y las Artes/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Fundación para las Letras Mexicanas, (consultado en junio de 2015).