Como la punta de un iceberg, la cara diurna de la vida es la manifestación visible de un fenómeno que se extiende más allá de la observación consciente y mesurable de la realidad, más allá del mundo ordenado y cognoscible que sirve de trasfondo a las alegrías y los dramas del día a día, uno que insinúa la existencia de un lugar donde se tiene acceso a otras dimensiones de la mente.
Muy de vez en cuando, los caminos de la cotidianidad dan un giro inesperado que permite asomarse a esas regiones por siempre ocultas, aunque no por eso menos verdaderas: la aparición de una bestia marina de edad imposible, conductas atávicas que recuerdan los ritos románticos de los insectos, apariciones de signos y señales en el cielo y en los sueños.
Pero los protagonistas de estas historias apenas intuyen los grandes abismos de la naturaleza que sus visiones y encuentros insinúan, pues se encuentran muy preocupados por continuar interpretando los papeles que se les han asignado en la tragicomedia de este planeta.