La novela corta El observador nos acerca –con un estilo realista, por momentos; grotesco, en otros, y con un permanente sentido del humor personal– a una serie de vicisitudes relacionadas con el turbio mundo del poder percibido ya sea a través de la mirada escrutadora y tuerta de Marcelo (quien soporta las órdenes de un coronel enajenado) o desde la mirada de la niña y mujer Henriette (que se protege –ideando historias de monstruos y vampiros– tanto de su madre enferma como de su abuelo, un expresidente exiliado), o bien, desde los ojos maduros de Edmundo (profesor a punto de jubilarse de lo que considera "el extraño y mezquino mundo de la academia") o desde la mirada, a veces superficial y otras decepcionada, de Minna (quien cree encontrar en los medios de comunicación el espacio para combatir la decadencia de la política).