Los trenes no están inmóviles nunca, ya lleguen a la estación o partan, cuando están en reposo también están llegando, se están yendo. Javier Peñalosa resuelve, sin embargo, este perpetuo movimiento en poemas de amor gozoso y momentos que duran en el tiempo gracias a las palabras. El título mismo -Los trenes que partían de mi- nos propone una suerte de sistema de vectores que tiene como eje a la persona que escribe, puesta en juego en esa sucesión de partidas. Toda persona, diría su autor, es una estación cental, corazón que pone en circulación la sangre lírica a través del verso. Es subrayadamente paradójico que espere a los trenes que parten como dice Peñalosa en el poema que da título al libro, "Estación". Las estaciones del tren, sobre todo esas abandonadas que abundan en nuestro país, tienen algo de casa colectiva, de hogar, como la página, como el poema, que son también trenes que se van.