Hugo Roca Joglar es un cronista con oído de compositor electroacústico y tacto de amante en su última noche. Enamorado de la idea vampiresca de libar los sentimientos de sus personajes reales, es un explorador de afectos en medio de una sociedad deshumanizada.
Como paliativo ante la impotencia de lo que él llama “estos terribles días mexicanos”, en Días de jengibre narra un beso de tres; se deja afectar por la complicidad física de la infancia; traza el mapa rítmico de un clítoris que crece, y se atreve a hacer sonar la Tercera Sinfonía de Mahler en la desolación etílica de una cantina de Irapuato, donde despierta historias de amor y decadencia mientras el municipio se convierte en la metáfora del clasismo enquistado de este país.
“El horror paraliza”, dice Roca Joglar, y alguien inmovilizado se vuelve incapaz de sentir. Por eso sus crónicas furtivas son partituras periodísticas orquestadas con una batuta tan trémula que nos golpea, nos pincha, nos mueve y nos causa un dolor adictivo, y secretamente placentero. Sugiero leerlas en la intimidad más clandestina de la cama.
Sergio Rodríguez Blanco, cronista.