El libro de Carlos del Castillo, un backgammon, constituye una búsqueda poética singular. No se trata de una colección de textos individuales, emparentados por las circunstancias concretas en que fueron escritos, sino de un “dispositivo”, es decir, un conjunto que sólo cobra sentido cuando opera en su totalidad, de igual forma en que una casilla aislada en el tablero no dice nada por sí misma; su razón de ser siempre implica la relación con el resto de casillas, las piezas, los jugadores, las elecciones, los azares y las estrategias.
Distinguido con el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2016, el libro retoma las instrucciones del backgammon y, con esta base, construye su propia red de ecos y desdoblamientos. El autor explora las zonas limítrofes del género, de tal suerte que el poema es algo más: un cuaderno de epígrafes, una obra de teatro que se comenta a sí misma, una lista de apropiaciones intertextuales, el manual de un juego que puede contener la representación del universo o ser su opuesto, el testimonio de que se ha desvanecido y sólo queda el movimiento de sus formas. Es, por último, una tentación por lo híbrido, la convicción de que deben anularse las fronteras de los sexos, el flujo del yo, los gestos amorosos y las trampas verbales.