"No es el amor quien muere,/ somos nosotros mismos". Estos versos de Luis Cernuda parecen ser una verdad compartida por la casi totalidad de los personajes de Víctor Hugo Vásquez Rentería. Habitantes de un mundo profundamente ridículo, no por su solemnidad o por estar poblado por seres deformes, sino por la falta de amor. Y no es que sean incapaces de amar: aman demasiado, pero, o bien son incapaces de expresarlo o no son correspondidos. Viven incompletos, desterrados (porque si el amor levanta mundos imaginarios, la ausencia del amor destruye lo que llamamos "mundo real"). Y esta carencia es la que vuelve atroz su realidad, la que los torna grotescos, desarticulados y los deja "golpeando impotencia,/ arañando la sombra/ con inútil ternura".
Rafael Antúnez