Lo que antes llamábamos lisura ahora es sólo una cicatriz, según se afirma en un poema de este libro. Dichas palabras muestran de manera clara cuál es la apuesta de Alejandro Albarrán Polanco. Su exploración comienza ahí donde los lirismos habituales se revelan como materia gastada y no queda otro camino más que explorar las heridas del lenguaje.
La conciencia de la pérdida está presente en cada una de las ocho secciones que integran Persona fea y ridícula, y sus títulos son definiciones extraídas del diccionario, pero a las que se les ha borrado el referente principal. De tal suerte que las palabras deben reconstruir un significado a partir de aquello que nunca se menciona, lo cual no es sorpresivo pues esta obra recuerda que toda enunciación es problemática y el derecho al canto únicamente puede volverse a ganar a condición de explorar nuestros derrumbes.
La principal estrategia del autor consiste en cuestionar su propia identidad –la genealogía familiar, las huellas de su ira, sus desencuentros amorosos, las asociaciones de su memoria–. Para lograrlo articula una visión irónica, sabotea la construcción del sentido haciendo que los vocablos funcionen por su efervescencia sonora y nos recuerda, en suma, que la escritura es un encubrimiento y todo lenguaje un juego de máscaras.