Los protagonistas de Aquella luz púrpura se esmeran en entrar en contacto con quienes los rodean, poniendo al descubierto la magnitud de su soledad. Las relaciones entre los sexos a menudo funcionan como piedra de toque de estas historias, ya sea a través de un hombre frustrado que sale a un bar con la intención de hallar a una mujer para sobrellevar la desesperación, un amante maduro que rastrea dolido los fantasmas de su pasado o un joven que, a cambio de una breve dosis de paraísos artificiales, debe entregarse a quien desprecia.
Sin embargo, estos personajes no parecen estar guiados por un genuino impulso amoroso, sino por el afán de eludir la sensación rutinaria de agobio y escapar de sus propios vacíos. Alfredo Loera crea seres que transitan en un laberinto de hastío e insatisfacción, y en ocasiones creen que la única salida consiste en llevar sus actos al límite. Aun así, para el autor no todo se reduce a una visión descarnada, pues también revela la fragilidad y la persistencia de los hombres y las mujeres que dan vida a estas páginas, quienes, pese a todo, nunca abandonan su sed de comunión con el mundo.