En Límulo, Ángel Vargas pone en juego una voz poética peculiar, que dialoga con el linaje contemplativo en la tradición de la poesía mexicana. Uno de los rasgos que sobresalen en su escritura es el esfuerzo por asir el tránsito de la realidad y traducirla en imágenes. Esto no significa que se oponga al flujo de las cosas, sino que busca transfigurarlo mediante la revelación verbal.
Igual que el cangrejo milenario que da título a esta colección de poemas, su lenguaje es una encarnación de la temporalidad. En estas páginas el autor insiste en la mudanza, en el cambio de piel y, paralelamente, se esmera en el descubrimiento de un territorio para su mirada interior. Tras la lectura de estos poemas queda claro que el poeta podría hacer suya la divisa de Lezama Lima, autor cuyos ecos resuenan en sus poemas, y repetir que “lo enigmático es también carnal”.