Los relatos de Enrique Blanc remiten a la existencia nómada y al vitalismo más inteligente: aquel que se sitúa en la ironía, en la palabra escéptica. Articulados alrededor de personajes lo mismo laterales que protagónicos —como las estrellas del mundo del rock—, los relatos de Enrique Blanc reinventan los pliegues de una cotidianidad aciaga y cómplice, en la que la incertidumbre se revela hacia lo siniestro o el desencanto. Como narrador, Enrique Blanc posee la agudeza del testigo itinerante, del cazador de anomalías que mediante un vistazo incide en la hondura de lo inmediato. Las interrogaciones como vía de conocimiento explotan a plenitud. El deseo exultante y las utopías instantáneas invaden su vigoroso mundo narrativo, donde el rock, la narcosis, el desplazamiento desde la metrópolis hasta la periferia, tanto como los desgarramientos marginales, son los detonadores de su imaginación. Así se consuma una de las propuestas notables entre los novísimos escritores de México.