En sus albores, acaso por no convenir a los intereses y voluntad de los gobernantes, la enseñanza de la retórica fue prohibida oficialmente en Roma, Es obvio que el imperio temía a la educación del pueblo. El autor de esta preceptiva retórica presumió haber reunido las razones mediante las cuales la oratoria puede ganar gravedad, dignidad y belleza; mostrado el modo de hallar argumentos para cada género de discurso, y la manera de disponerlos y pronunciarlos, y enseñado el arte de la memoria. Con preceptos como éstos, los antiguos aprendían a descubrir argumentos con agudeza y prontitud; a disponerlos con distinción y orden; a pronunciarlos con gravedad y venustez; a memorizarlos con firmeza y para siempre, a condición de que se acatara el consejo de estudiar y ejercitarse asiduamente.