Fruto de una larga vida que había transcurrido entre los estudios jurídicos, retóricos, literarios, filosóficos, y entre las luchas forenses y las vicisitudes de la vida pública, fueron los dos diálogos ciceronianos de filosofía práctica: De la vejez y De la amistad. Ese hombre inquieto, Cicerón, una de cuyas grandes preocupaciones fue la educación de los jóvenes, no podía dejar de tratar el tópico de la vejez y el de la amistad.
Ambas obras están estrechamente relacionadas, pues la verdadera amistad tiene sus cimientos en los valores morales, los cuales son condición indispensable para una vejez feliz. Y el que llega a esta etapa de la vida con tal acopio de valores, no sólo estará autorizado para guiar a los jóvenes, sino que, además, se verá rodeado de auténticos amigos.
Los dos diálogos invitan una y otra vez a jóvenes y hombres maduros a cultivar la inteligencia y las virtudes morales, no sólo para enriquecerse en sus personas, sino también para estar en condiciones de prestar servicios a sus conciudadanos, servicios en los cuales se manifiestan, de modo relevante, tales virtudes.
Por otra parte, el empleo cuidadoso de la lengua que se percibe en la redacción de estos diálogos, así como la belleza de estilo –características de la prosa filosófica de Cicerón–, hacen agradable la lectura de los mismos e invitan a los lectores al aprecio de su propio idioma.
Estas y otras razones han hecho de estos diálogos objeto de lectura perdurable a lo largo del tiempo y de la historia.