No se elige ser poeta, y lo sabe muy bien Juan Carlos Bautista. También se sabe elegido, y por ello se relaja ante las violentamente dulces visitaciones de la poesía. Sin oponer ninguna resistencia, en lasitud beatífica, viaja hasta los sitios más recónditos del placer y del dolor poético, tembloroso de miedo pero valiente, como buen niño explorador de lo prohibido. Y nos cuenta sus visiones, sus iluminaciones, sus íntimos relámpagos, en este Cantar del Marrakech, uno de los poemarios más intensos que ha producido nuestra joven poesía, escrito con esa sabiduría y esa sagacidad de las grandes salmodias, y esa sinceridad desgarradora y estimulante de las visiones que nos elevan a lo más alto de los cielos, aunque éstos no sean más que los mingitorios transfigurados del Marrakech, donde abrevan los caballos...