La mirada hacia fuera es también una mirada hacia el interior de uno mismo. El vértigo de lo inasible, de lo que ha de ocurrir en cualquier momento y en un mundo extraño, al “final de su boleto sin retorno”, hace de Ana, la joven mexicana que se instala por un tiempo en Tel Aviv, un nudo de sensaciones y de experiencias que sin transición la devuelven a su joven pasado familiar, a la sensación de vacíos que dan lugar a sutiles apropiaciones de lo que, en medio de fragilidades e inseguridades, ha sido su propia e inexplorada vitalidad. Ya María Luisa Puga había escrito acerca de esta novela: “Tengo que precisar su estilo, porque es una primera novela y ya logró un tono maduro. Sus frases son pinceladas firmes, llenas de matices que, al mismo tiempo que narran, construyen la situación, el estado emotivo del personaje, su aspecto, así como la atmósfera en que está inserto […] El aplomo tajante del personaje nos hace ver esa etapa en la que fuimos osados e inseguros. Esa identidad que todavía no teníamos. Esa inconsciencia que nos hacía espontáneos y directos. La risa fácil, el temor profundo, aunque fugaz; la avidez en la mirada, la ligereza en el cuerpo. Chavos entre chavos de cualquier nacionalidad, pero oriundos todos de la juventud.” La ley del retorno es una novela fresca y sólida, bien narrada y que hace pensar en el destino de nuestros propósitos cuando aún somos dueños de esa avidez y de esa ligereza. Las encrucijadas de la vida, ¿son un aviso de nuestro vagabundeo?, ¿el atisbo de un proyecto serio de vida que tal vez no realizaremos nunca?, ¿una escapatoria sin fin que, no obstante, terminará en el inevitable retorno a nosotros mismos o a nuestro origen? Entre la angustia de lo incierto y la risa que la protege, Ana se encuentra en un recorrido que, de todas maneras, aún no termina.