Por definición, un texto epistolar se construye en función de dos momentos el de su origen y el de su destino; se trata de propiciar que la palabra transite, que sea enviada y recibida; pronunciada y escuchada. Sin embargo, ante esta obra el lector es convocado a un ejercicio imaginativo no exento de aventura, armar una historia a partir de los fragmentos de un discurso. El reto es tentador, cada una de estas cartas es una clave, en tanto que contribuye a la significación del conjunto y, simultáneamente, es el registro de un momento aislado, con una tonalidad y un sentido propios. Dolores Dorantes logra a través de estas páginas conducirnos hasta esas alturas en que el deseo hace de su objeto el destinatario de la orden: “te exijo que me digas todo...” pero también del ruego; “ayúdame al silencio”. A través de estas cartas se delinean en unos cuantos trazos, pasiones, escenas, evocaciones y frases inquietantes, contundentes que, más allá de toda anécdota posible, revelan una y otra vez el ilimitado poder de seducción de las palabras; las que fluyen, las que se guardan, las que al surgir como palomas de las manos de aquellos que se aman o se han amado, transforman su presente en territorio minado.