Este libro de Xenia Gasca es, desde cualquier punto de vista, un conjuro o, lo que es lo mismo, una escenificación: en medio de la nada irrumpe la palabra, como “un grito en el vacío “, y nombra a la soledad del retratero, es decir: a la ausencia. A partir de entonces da principio una danza, ejecutada como una especie de exorcismo para invocar la aparición mágica del amado en el mundo del amador: los escarceos, la prefiguración del deseo, la angustia de la culpa, la lenta construcción de una historia. Al fondo se oyen acordes de música tradicional –como evocaciones, las cadencias trágicas de José Asunción Silva, las percusiones hexametrales de Sor Juana y el frenesí gitano de Lorca- y brotan las asonancias cibernéticas. El recorrido Internacional por los tópicos de la trivialidad proporciona el marco de la angustia existencial (las cortinas, el porcentaje, un foco, la sala), mientras el virtuosismo verbal abre espacios cinematográficos: los gerundios, la penumbra, la rima.
En este dulce y voraz libro la danza es interminable. La pareja, una vez instituida, va de un lado para otro sin dejar de sufrir, sin dejar de gozar. Las torturas y las tribulaciones, junto con los delirios y los desbordamientos, definen el territorio de amor: la intensidad y la realidad de la pareja humana. Sin dejar de danzar incansablemente. Hasta que el tedio deja caer, como por olvido, su primera chispa. Danzando, comienzan a formarse pequeños charcos de cansancio y el resentimiento comienza a ocupar el sitio de la culpa: lentamente se acumulan las reacciones finales del hartazgo y el desamor va apoderándose del mundo. Sin dejar de danzar. Hasta que llega el desencanto y da principio el final, que es un adiós cinco veces doloroso: el vacío de la infidelidad, las lágrimas de la pérdida, la muerte psicológica de la imagen amada, la renovada soledad y, otra vez, el vacío del retratero. Sin dejar de danzar, danzando todo el tiempo, hasta que todo muera.
La danza es un ritual. El poeta anda en la danza. El ritual es un conjuro, una escenificación. El poeta haca la danza. Xenia Gasca canta esta obra para encontrarse con sus propias palabras; “quiero recorrer al menos toda la memoria andada, todo queda en el recuerdo, el último verso duele. “La musicalidad aprieta el nudo en la garganta. La tersura del decir convierte lo amargo en dulce. El milagro de la poesía se produce. El poeta es la danza: un demonio.
Argelio Gazca