Los poemas fragmentarios de Ángel Rafael Nungaray nacen de una lid espiritual que los desfragmenta buscando la unidad: juego de azar intelectual o travesura cósmica es la juguetona lucha que los crea y los sostiene, que los apiña y los desmembra.
Como un pequeño Dios —a decir Huidobro—, Rafael tiene Ángel y juega a los dados verbales. Fortuitamente este azar lo toca de filósofo y contradiciendo a Einsten toma altos vuelo idealistas para negar el yo y hacer que Dios juegue con los dados del poeta: “No existes tú, ni yo/ todo esto es un juego de Dios”.
En el vacío de la luz, tema con que inicia este libro, como tal, la luminosidad condensada en el ser se hace emisión de voz, “Soy un monosílabo de la luz”, pero también esta luz es sonido y profundidad, tiene filo, es líquida, es “voz corpórea de Dios”.
Para estas sinestésicas metamorfosis, la luz de la palabra, como la luz de Logros que es “la voz del sol”, toma un triple transbordo: se muta, se mimetiza o reboza en la plenitud de la simbiosis para diluir sus apariencias directas en transmutados éteres poéticos: “un vocablo fermenta la luz”; “el vocablo de la luz”; “la luminosa piel de los vocablos”.