Desde Sinaloa, su estado natal, como el de Gilberto Owen, Felipe Mendoza nos entrega este poemario titulado Fruto de soledad, frase en la que está tanto el referido sentimiento de ser aislado como el nombre de mujer que consuela desde su propio sonido.
En Fruto de soledad está la permanente sutileza de la cotidianidad de un modo muy particular: parece que la vida pasa aunque parece que no pasa. Todo empieza desde la obsesión por traspasar puertas, como se aprecia a partir del poema inicial, aunque queda una duda centelleando en el aire: "De las puertas que se muestran, cuál es la falsa".
La vivencia poética de lo cotidiano, parece decirnos Felipe Mendoza, parte de los sencillos elementos de todos los días: "abrir las composturas de una historial en la que dos se amen/ se digan por su nombre sin decirlo/ haya un pan en la mesa, un pájaro y un árbol...".
Aunque en los versos de este libro encontremos algunas palabras explosivas como trueno o relámpago, la belleza definitiva es buscada con finales de suavidad, de sutilezas: "...el tiempo/ que ha traído el trueno, el relámpago/ la semilla asumida en un árbol".
La clave esencial de la poética de Felipe Mendoza la encontramos en el final, que da título al libro, cuando nos dice: "El árbol no se niega a semejar al pájaro;/ un canto nuestro rompe/ la voz, nuestro lenguaje inmóvil".
Este libro empieza ahora a circular por la venas de la poesía mexicana. Y en tus manos está, apreciable lector.