Es un hecho innegable que los aniversarios propician una serie de acontecimientos, cuyo propósito fundamental es analizar el legado de un artista. Nada más enriquecedor, pues, que acceder a éste a través de las diversas perspectivas, de las distintas interpretaciones que conforman ese amplio registro, que a su vez, como un todo, resulta uno de los mayores beneficios para el lector.
Ahora que se cumple el primer centenario del nacimiento de José Gorostiza (Villahermosa, Tabasco, 1901-México, Distrito Federal, 1973) es interesante escuchar la voz de jóvenes escritores mexicanos acerca de un poeta que, con la publicación en 1939 de Muerte sin fin, esa “primera gran manifestación universal de la poesía mexicana de nuestro tiempo”, como lo llamara Salvador Elizondo, nos dio un poema filosófico en el que magistralmente conjuga la majestuosidad del lenguaje con el rigor emotivo de sus especulaciones en el más alto sentido de meditar, de reflexionar con hondura.
En José Gorostiza. La palabra infinita se reúnen voces tan lejanas entre sí en su trabajo creativo, para compartir sus reflexiones en torno a uno de los más grandes poetas de la lengua castellana. Así Jeremías Marquines, Ervey Castillo y Antonio Mestre, de Tabasco; Vicente Gómez Montero, de Veracruz; Antonio Calera-Grobet, del Distrito Federal, y Rebeca Isabel González y Salvador Olguín, de Nuevo León, se suman a esta celebración.