Los cuentos son tan viejos como la especie humana. Antiquísimas imágenes de la memoria común recuerdan la hoguera primordial en cuyo torno se contaban historias para descifrar el mundo, desarrollar la palabra y alimentar la imaginación humana: "los cuentos que se llamaron mitologías o cosmogonías están al principio de la humanidad", ha escrito Jorge Luis Borges.
Este volumen de cuentos de Víctor Armando Cruz Chávez, La tinta y el dédalo, no sólo cumple la preceptiva básica del género: contar una historia y contarla bien, sino que lo hace con atributos literarios que alcanzan la excelencia. El canon afirma que nadie puede cansarse de lo que está bien escrito: el estilo es la vida, la sangre misma de la creación literaria. Víctor Armando Cruz Chávez, joven y diestro artífice, logra cumplir el imperativo del escritor completo: descender a las entrañas de las cosas y sus anécdotas consecuentes, a los estratos profundos de lo real para hacer germinar al sol lo que yacía oculto bajo los velos de lo inmediato y no podíamos ver.
Hojas de un bosque, historias de un libro que desde hace milenios se escribe entre todos, las piezas narrativas de La tinta y el dédalo deben su fuerza creativa a una pasión inevitable, la literatura, y son una muestra de muchas cosas a la vez: desde la derrota del lugar común que afirma que el arte en Oaxaca, tierra natal de Cruz Chávez, sólo se extiende a quienes elaboran objetos visuales, hasta la confirmación de que el espíritu sopla donde quiere, como en estos cuentos de refinada elaboración.