La poesía amorosa no puede escindirse del aspecto religioso. Para Carlos Manuel Cruz Meza, Nirvana no representa solamente el estado de perfección espiritual alcanzado en la trascendencia, la anulación, la no existencia, sino que es también un Ser, la mujer amada e idealizada, la encarnación de la muerte, la patria, lo prohibido, lo deificado, lo demoniaco, lo angélico, el símbolo de aquello que nos seduce, enamora y obsesiona porque es el reflejo de nuestra propia esencia. Es la sexualidad, la libertad, el dolor, el erotismo, la complicidad, el desengaño, la frustración, la soledad, el olvido, el eterno retorno y el interminable círculo que cierra en el principio. Cada texto de este poemario admite diversos niveles de lectura. Está lleno de referentes. Existe un delicado equilibrio. Las alusiones mitológicas así como los elementos judeocristianos, y el sabor y tono antiguos que se perciben e impregnan cada poema, le otorgan un fortísimo sentido épico-lírico-religioso que constituye la atmósfera. Se trata de un gran libro, de una labor por momentos monástica y por instantes herética, de la manifestación absoluta, devastadora, de un amor tan profundo e inmenso que es capaz de sublimar al hombre y convertirlo en dios.