Llegar a los textos de María Enríquez es como aterrizar en un planeta desconocido, poblado de criaturas extrañas, pero fascinantes; desarticuladas como piezas dispersas de un rompecabezas cósmico, pero milagrosamente congruentes. Criaturas textuales que no sabríamos qué nombre ponerles: ¿metahistorias?, ¿metapoetas? Criaturas líquidas, hechas de vacíos e intersticios, como peces fosforescentes extraídos de los abismos oceánicos de la conciencia. Dueña de una delirante lucidez, de una pasmosa serenidad, de una mirada telescópica y microscópica, inaugura en este libro pentagrámico, espacial y semióticamente musical, su prometedora carreta literaria que esperamos la lleve a triunfar en el maratón que realmente importa: el que se corre hacia la mayor profundidad de sí mismo, en soledad absoluta. Mientras tanto no queda sino sumergirse en las atmósferas oníricas, permeadas de mágica extrañeza y sutiles laberintos, de su odisea textual.