La poesía de Sergio Vicario nace desde la entraña misma de la condición humana y hacia allá va a dar. Todo en ella apunta a lo mismo. Cada palabra parece tallada al modo en que los antiguos lo hacían con la punta de sus flechas. Se trata de poesía escrita con desesperación —"El acto poético es el beso del látigo/ sobre el dorso de cristal de nuestra/ imaginación herida"— y con humildad soberbia. Cuando realmente el alma del poeta rebosa, es que le urge salir y manifestarse. Cuando ya no queda nada que decir y todo por decirse. No es común leer este tipo de poesía, exenta de malabarismos artificiales, dispendio que suele atraer tanto a los poetas imberbes, y que de pronto también se agradece. Deja exhausto una poesía como la de Sergio Vicario. No en balde se ha tardado tanto en dar a luz su primer libro. Como si hubiese tenido que recorrer los caminos insondables del sufrimiento humano. Que eso y no otra cosa es escribir. Que eso y no otra cosa han hecho. Se adivina en su temática. Se entrevé en sus resoluciones poéticas. Vicario pasa por alto numerosos recursos literarios en pos de darle al poema su acabado más estrujante —aquel que recuerda la nota escrita por la mano de un suicida. Es lo que yo puedo decir de su trabajo.