El dolor también es purificación de los deseos. Es condición sagrada que ejerce el corazón para rastrear el mundo. El dolor está en la mirada que antecede a los encuentros con las oscuras armas de la muerte; ese animal que a hombros nos lleva y aparece repentino bajo el suelo limpio que pisamos. La poesía es una vocación donde el dolor y sus aliados tienen la plenitud territorial como reyes del juego. En estos poemas del Miguel Ángel Toledo, vaga el dolor en cada recuerdo. Va como espina vigilante sobre cada nombre propio y sobre cada frase donde la memoria sacude su plumaje. Hijos del dolor son estos poemas. De la soledad que habita en la voz, como piedra que cuelga del cuello del suicida. De resonancias profundas y armónica costura rítmica, se han nutrido estos versos, para arrojar contra la luz, el zumo que contienen sus vigorosas ponzoñas. Poesía del llanto y el desvelo, del apagón. De la memoria partida, como una mirada despiadada sobre los vidrios rotos.