Armónicos e inextricables, como los mecanismos de relojería, los cuentos de Luis Arturo Camarena alcanzan, con extraordinaria exactitud, una modulación plena y reveladora entre "el lenguaje de la experiencia" y su contraparte imaginaria. Tal depuración surge a partir de símbolos o imágenes que tienden a desbordarse. Basta un detalle ínfimo o una visión fugaz, así como una concepción particularizada que, al entrar en contacto con la realidad, se dimensiona en la medida en que también se sutiliza. Cada cuento, más que una anécdota contada de principio a fin, es un proceso de maduración donde aparecerán múltiples percepciones y estados de ánimo, y donde la crueldad y la ternura, el horror o la belleza, la sublimación o el hastío, se conjugarán a la postre para proyectar un universo íntimo, pleno de sugerencias. Se trata también de un divertimento que apuesta siempre por la vida. Hay una fe gozosa por explorar, sin menoscabo, en los enigmas y contradicciones de la naturaleza humana, siempre tratando de encontrar en ella atisbos de sabiduría y emancipación.